CUBA. Estamos deconstruyendo el socialismo. Disculpen las molestias.

Esta crónica fue publicada en junio de 2014. Ante las circunstancias actuales del «caso Castrobama», la publicamos de nuevo.

revolucion

Engels afirmaba que las ideas son el resultado de las condiciones materiales del hombre. A esto, habría que añadir que estas sólo pueden ser útiles si son resultado de dichas condiciones, y que aquellas ideas que no se corresponden con la realidad, las ideas que “no son de este mundo”, no pueden ser fiables para el hombre.

Visto así, cuando surge un problema, su solución puede plantearse elegantemente:

  1. o se cambian las ideas para adaptarlas a los hechos,
  2. o se cambian los hechos para adaptarlos a las ideas.

¿Qué opción tomar?

¿Se puede cambiar la revolución para adaptarse a la realidad, como defendía Lenin, o ha hecho China? o, por otro lado, ¿sigue siendo posible transformar la realidad para adaptarla a las ideas (ideas de este mundo) como afirmaba Marx?

Sea como fuere, la realidad, para la filosofía occidental, es un proceso en cambio constante.

Hablando de estas y otras ideas, Angelina, antigua comunista, recuerda el “papel” de Marx durante el periodo especial:

—Durante el «periodo especial» no había papel. Teníamos que limpiarnos el culo con las páginas de El Capital.

El marxismo-leninismo a la cubana —el castrismo— no ha dado señales de moverse ni en uno ni en otro sentido desde la caída del campo socialista (1991), al menos, hasta hace unos cuatro años, cuando en el IX congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, Raúl Castro apuntó la “necesidad de romper dogmas”, y de “evitar el endeudamiento” del país.

Pero Castro también ha señalado que dada la complejidad de la situación socioeconómica cubana, la prisa no es buena consejera y, por lo tanto, no hay que tener prisa si se quieren salvar las ideas.

—Castro es como un elefante. Lento pero aplastante —bromea Angelina.

Cubanos anteriores y posteriores a 1991

Los emigrados entienden mejor qué es el castrismo cuando viven fuera de Cuba, y nosotros entendemos mejor qué es el capitalismo cuando vivimos dentro de Cuba.

La Cuba del siglo XXI se parece, en opinión de algunos turistas, a la España de la posguerra: gente alegre con poco, abierta al extraño, vital para el turista que se olvida de su individualismo entre daiquirís y mojitos en un resort de pulsera Sol-Melià; algo así como lo que un alemán, inglés, o sueco, experimentaba con el “Spain is Different.” Sin embargo, quienes viven en la mayor de las Antillas, con su día a día tropical y permanente verano, el traqueteo de las guagas sobre el asfalto hoyado, la temporada de huracanes, la escasez; para los que sobreviven con sencillez dentro de una economía planificada subdesarrollada…

Para estos, la realidad es bien diferente.

Los jóvenes con ansias de mejorar sus condiciones de vida han aprendido que hace falta un cambio político radical para satisfacer sus necesidades; saben, sin duda, que la revolución ha fracasado para su futuro (lo que no quiere decir que entiendan que triunfó para su pasado); han descubierto que a pesar de tener un acceso a la sanidad y educaciones públicas e universales, el mundo ha cambiado tanto desde la caída de la URSS que en Cuba ya no queda más remedio que cambiar.

Por su parte, quienes vivieron la Revolución, la generación de los mayores, reconocen su lado positivo y negativo; e intuyen que la revolución que ellos vivieron ha fracasado parcialmente, pero, por su edad y formación, van asimilado que su destino está ligado irremediablemente a los cambios que sucederán en los próximos años en la isla.

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En un pueblo de la región oriental, a la sombra de un bohío, resuena la ironía del Guayabero. Ernesto, médico cubano regresado de misión en Venezuela y acusado de ser opositor, bromea entre trago y trago de ron:

—Fue con Gorbachov. El que la “cagof.”

Al menos para Ernesto la Revolución terminó en 1989, con la caída del muro de Berlín y los escándalos de narcotráfico en la isla.

Los precios y la moneda

En Cuba existen actualmente dos monedas en proceso de unificación: el peso cubano (cup) y el peso convertible (cuc), algo por encima del dólar norteamericano. La existencia de las dos monedas habla de la creación dos tipos de mercados durante el periodo especial: de dos tipos de consumidores, dos tipos de precios, mercancías y servicios.

25 pesos equivalen a 1 cuc.

Originariamente, el sistema fue diseñado para proteger la producción nacional y su sistema de sueldos y salarios, y desarrollar el mercado turístico con la divisa extranjera; los nacionales pagan en pesos y los extranjeros en cucs. Hoy por hoy, el cubano puede comprar cucs, aunque, evidentemente, el turista no tiene acceso oficial (aunque si oficioso) a la moneda y mercado nacionales.

La doble moneda oculta la paridad de compra del cubano, cuya capacidad es 25 veces inferior a la del turista. Cuando se comprueban los precios subsidiados de la bodega,  de los restaurantes, las tiendas y se comparan precios y tipo de mercancías resulta que:

  1. El mercado nacional no cubre la demanda nacional; así, el racionamiento y la escasez suelen ser habituales.
  2. El mercado de importación, de mayor variedad y cantidad, se vende a precios internacionales, en cuc.

La cartilla de racionamiento

Fidel, jubilado, muestra su cartilla. Su rostro agrietado por los años trabajando en el campo enmarca unos ojos metálicos, grandes, que trasiegan a medida que va recordando los artículos subsidiados que le toca buscar todos los meses a su bodega.

Cartilla de racionamiento

Cartilla de racionamiento

— 250cl. de aceite, 4 libras de azúcar, espera… 2 libras de refino y dos de parda… 5 libras de arroz, 8 onzas de frijoles… 1 kilogramo de sal cada tres meses, 5 huevos por persona al mes… y cuando viene… “pollo por pescado”.

—¿Pollo por pescado?

—Sí. Ya no nos entra el pescado en la cartilla. Lo guardan para los restaurantes… 6 onzas al mes; café, 4 onzas: tres de chicharro y una de café, al mes…

—Y esto cuanto cuesta?

—Mmmm… Entre 12 y 14 pesos al mes.

Fidel mira con asombro mi reacción; en su media sonrisa está la rúbrica del efecto que me han causado sus palabras. Apunta con el dedo la cartilla de racionamiento

—Pero no da para vivir. No es suficiente.

Su mujer nos sirve un café, corto, en vaso de cristal, mientras hablamos. Su hija, estudiante de medicina, comenta que un salario medio al mes equivalen a 360 pesos, unos 12,5 cuc, pero el racionamiento no cubre la demanda y obliga a comprar en el mercado negro, o en las “tiendas liberadas” porque ya no es posible alimentar una familia sólo con la cartilla de racionamiento.

—Hombre. Esto es mejor que morirse de hambre.

—Esto se implementó cuando el bloqueo, y aún dura. Siempre nos dicen que es por el bloqueo.

—Al menos os lo garantiza el estado.

—Sí. Pero la cantidad y la calidad, son malas. Verás. Cuba es un país donde el tiempo se detuvo en 1959, pero en vez de avanzar, fue para atrás. El problema fue que durante las últimas décadas no se desarrolló una industria propia de consumo y de calidad. Todo se importaba.

Por la tarde visitamos la ciudad. En una “TRD CARIBE”, una tienda estatal de precios liberados, algunos artículos escasos o raros doblan el precio en €; en una sección de deporte, unas zapatillas de marca con “merma” —tara—, están al mismo precio que sin tara en Europa; los desodorantes roll-on, sobre los 3 o 4 cuc; una botella de aceite de marca blanca española, 8 cuc.

Angelina, quien ha venido a visitar a su familia, desea comprar una cafetera italiana a su abuela. En España vale 8€, que al cambio son unos 11 cuc, el sueldo de un mes. Pero en ninguna parte podemos comprar una cafetera nueva porque sólo vemos la misma cafetera eléctrica por 50 cuc. Angelina se indigna.

—¿Qué tipo de negocio está haciendo el gobierno con ello?

En todos los comercios liberados se encuentran siempre los mismos productos (aún no ha llegado la cultura de la competencia de mercado). A poca distancia, en unos talleres, varios artesanos fabrican cafeteras italianas con piezas y repuestos de aluminio.

—Para turistas. Estas se rompen con sólo usarlas.

La paridad de compra del cubano es 25 veces inferior, por la moneda, además de que su poder adquisitivo global es prácticamente nulo: el sueldo medio cubano (unos 12 cuc) le hace impermeable al mercado internacional.

—¿Sabes lo que decía mi padre? —me recuerda Fidel—, si tanto les gusta, quédense aquí a vivir.

Las clases sociales.

Frente a la necesidad al cubano no le queda más remedio que ser abierto y solidario, incluso a su pesar. Así, crea una red de contactos que le proporciona información, medios y servicios, no fiscalizados, con los que se pueden cubrir los imprevistos del día a día, y algo más.

—Así es —Termina de decir Ernesto.

A no muy poca distancia, la familia prepara el puerco asado que compramos a un guajiro por 25 cucs. El guajiro da vueltas a la espita mientras la selección de boleros baila en los altavoces de la cadena de música importada. Se sirve ron de marca. Es un día especial.

—Dime, cómo médico, ¿existe la miseria en Cuba?

Ernesto, médico de vuelta en misión a Venezuela, responde escuetamente.

—Sí.

Ernesto ha vivido cinco años en Venezuela, en misión médica. Las misiones son convenios de la colaboración entre Cuba y Venezuela y es uno de los capitales humanos de la isla mejor cotizados en el continente, allí donde el sistema de sanidad pública es insostenible.

—En una misión puedes ganar hasta 5000 cuc, pero el estado se cobra la formación que ha invertido en ti. Si no te fugas y te portas bien, al volver a Cuba puede que hayas ganado unos 1000 cuc.

—Bueno, España regala el capital humano a otros países, y no recupera nada de su inversión.

Le pregunto si Cuba es lo mismo que en Venezuela. Niega con la cabeza.

—No hemos llegado a esos niveles, ni tampoco a la situación de crimen y bandas que controlan el mercado negro. Espero que eso nunca pase aquí.

Ernesto relata algunas anécdotas venezolanas, dignas de un guión de Brian de Palma. Luego añade:

—Antes de la caída del campo socialista, nos decían que no existían las clases sociales. Pero hoy en Cuba hay clases sociales. Las últimas reformas, los cuentapropistas, las permutas y las compras de pisos… Abajo, la gran mayoría de los once millones de cubanos: el jornalero, el que no llega a fin de mes, el que no tiene familia, ni recursos. El que sobrevive. En el campo algunos guajiros viven bien, sin riqueza pero con abundancia. Otros no tan bien. Las grandes explotaciones son estatales. Ahora que se permite la compraventa de casas, las familias juntan capitales, venden y compran o permutan, pero controlados por el estado; por su lado, el estado arrienda sus propiedades para poderlas explotar. Pero en Cuba nadie es propietario de la tierra que pisa.

—Una pequeña burguesía pujante…

—Pero está todo del revés. Pilotos, licenciados, técnicos, una masa de capital humano formado está ganándose la vida vendiendo baratijas, o trabajando en panaderías.

—Eso me suena también.

—Y también están los que tienen fe —corta Angelina.

—¿Fe?

—Familia en el extranjero

—¿Y la clase alta?

—Existe. Son minoría. Es el estado, los altos mandos, el inversor extranjero…

Camilo, cubano emigrado a los EE.UU., que ha perdido la ciudadanía y ha vuelto a su país como extranjero, lleva un rato bebiendo con nosotros. Nos habla de los rumores que corren la isla sobre el crimen creciente. Desde su punto de vista:

—Prefiero un país donde no haya el crimen que hay en Venezuela, un estado fuerte que controle eso, porque para eso nos quedamos con la dictadura pura y dura. Quiero sentirme seguro en mi país. Que te maten para robarte un portátil…

—Desde hace un par de años las cosas han cambiado. En Camaguey han surgido bandas. La de los 300, y los Oquendo, luego…

—¿Los 300?

—Los 300 guerreros de Mabala.

—O los asesinatos a turistas. Ahora los asesinan para robarles. Es la primera causa de muerte. Esto nunca había sucedido antes. —corta Camilo.

El mercado negro

Las fachadas coloniales pintadas con colores pastel, como también sus soportales ruinosos y descascarillados, forman el escenario auténtico. Entre el aroma de petróleo que inunda las calles, los gritos de “maní, maní” y el trasiego de las colas que hormiguean alrededor de las bodegas, o de los centros de telefonía estatal, se unen al color local los coches de caballos, los bicitaxis, las guagas, los revendedores, los turistas…

—Esto se parece a la España que me contaban mis abuelos —le comento a Angelina, paseando por una calle principal.

Los años del estraperlo

Aunque los centros turísticos están mejor restaurados, el deterioro es generalizado; la falta de mantenimiento comba los postes de teléfonos y de electricidad; una telaraña de cobre que sobrevuela las bocacalles; el pavimento resquebrajado, los cines y teatros de cristales rotos y reconvertidos; los carros de antes de la Revolución, los almendrones, los carros soviéticos, los lada, los moskóvich… parece trasladarse por el espacio más allá del tiempo.

—¿Sabes que en España hubo un tiempo que esto era así? Fueron los años del estraperlo.

—¿Qué es eso?

—El mercado negro, durante el bloqueo.

—Bloqueo, de los USA?

—Bloqueo mundial. España era una dictadura fascista en un país subdesarrollado. Había cartilla de racionamiento y mercado negro.

—…

Uno puede encontrar a los estraperlistas si los busca. Los locales saben quien se dedica a sobrevivir especulando. La bodega es el mejor lugar donde empezar a preguntar; algunos bodegueros venden más de lo permitido a un precio mayor, para cubrir una demanda creciente y oficiosa, que no cubre la cartilla de racionamiento. También, cerca de los bancos suele haber compradores de moneda. Por otro lado, las propinas y los regalos a los funcionarios forma parte de la etiqueta de la red de favores. Preguntando, uno siempre conoce a alguien que puede vender algo que no está en el mercado, a precio especial.

—Por ejemplo celulares. O liberalizarlos.

Sea cual sea la ruta de entrada al país, hay una presencia sutil de Iphones, televisores de plasma, y tabletas que llama la atención.

Los cuentapropistas —autónomos—, cuyos negocios tienen una demanda creciente han de ir al mercado negro para encontrar los medios de cubrirla.

—Tabaco, harina, material para la construcción, componentes de coches, ron, etc… Se encuentra de todo en el mercado negro.

La necesidad, la falta de medios y las restricciones han creado una segunda economía, un segundo mercado que beneficia a muchos, incluso al propio estado, según se dice. Los precios desorbitados por la especulación no son obstáculo para la desesperación.

—Y visados. Alrededor de las embajadas hay quienes hacen su agosto.

La presión de la globalización es muy fuerte.

La Habana

La Habana

En La Habana se nos presenta a Josep, un catalán asiduo a la capital que se siente como pez en el agua. Más cubano que los cubanos, su complicidad y su dominio de la situación hacen decir a la gente:

—Es chévere.

La gent aquí és com al mediterrani —comenta en petit comité—. Són molt oberts, viuen bé amb poc, i tothom vol fer negoci.

El olor de petróleo en La Habana Vieja es omnipresente. Al otro lado de la bahía, la antorcha de la refinería alumbra como un faro apagado en medio de un naufragio.

El contrabando es otra vía. Incluso, el estado parece comprender que la necesidad del mercado negro está fuera de su control: los decomisos en la aduana, a pesar de las restricciones, han disminuido y se han reducido a un sorteo; bajo la denominación de “miscelánea”, turistas y nacionales pueden pasar decenas de kilos de material por persona, a excepción de ciertos productos: material de uso personal que en el mercado negro es revendible.

Crec que al final ho hauran de legalitzar.

Por otro lado, el tabaco y el ron son los productos favoritos de los turistas. Al margen de las cantidades legales, se puede encontrar género de contrabando.

—Me han dicho que el custodio de la fábrica —comenta Josep en castellano—, se le paga con un puro de los tres que tiene derecho por día un trabajador de fábrica tabaquera.

Tras hacer unos cálculos dice:

—En dos semanas se puede llenar una caja de 25 puros Cohíba de calidad extra… Però que no et donin gat per llebre. Si vols estar segur de la qualitat ves a comprar a la botiga. Al carrer et pots trobar que no són el que diuen que són.

Ver a Josep interactuar en todas las situaciones, y como les da la vuelta para llegar a lo que le interesa es sorprendente. Dice que lo único que hace es confiar en los demás, pero sin dejarse tomar el pelo.

—Él es más cubano que los cubanos que he conocido.

Caminamos por Obispo. En la plaza una mujer policía se lleva detenida a una joven mulata, sola, bien vestida.

Pobretes. La policía s’ha posat molt dura.

El jineterismo —prostitución—, a pesar de estar perseguido sigue siendo otra vía de escape a las necesidades para muchas mujeres sin medios. Tampoco es extraño ver una relación normalizada entre un europeo —según nos cuenta un anciano caballero, de pelo blanquísimo—, y una joven cubana de veintipocos años, con niños.

—Yo vengo medio año aquí y luego me vuelvo —dice con su acento italiano, acompañados de sus ojos azulados y modales elegantes—. Mis hijos se hacen cargo del negocio en Italia.

En consecuencia, el asedio al turista solitario es insistente, y más ahora que la prostitución masculina, homosexual, aunque más discreta que la femenina está mucho más aceptada que antes.

—Antes los maricones estaban mal vistos —espeta Pablo, un mulato que vende artesanía, aficionado a las radios antiguas—. Luego, empezaron a ser aceptados. Ahora, parece que es obligado que tengas que ser maricón.

El malecón de la Habana bulle de noche con mayor vida que por el día. La fila de parejas y solitarios hormigueando a ambos lados de la acera recuerda un botellón en Malasaña. La policía hace acto de presencia a la cabeza de la ristra, discutiendo con varios noctámbulos, incansables, ante la brisa del Caribe.

La dictablanda

Raúl Castro expresaba en 2013: “Éste será mi último mandato.”

Tras la reforma de la constitución, el mandato de los políticos cubanos no podrá alargarse más dos periodos de 5 años, con edades máximas, a excepción del propio Raúl, quien, según sus palabras, se jubilaría con 86 años.

—Raúl es como un elefante. Lento pero aplastante —repite Angelina.

La oposición de Miami no parece estar muy convencida de las palabras de Raúl, y exige un cambio de régimen completo. Por otro lado ha empezado a correr el rumor que el vicepresidente del consejo de estado, Miguel-Díaz Canel, será el próximo presidente en 2018

—¿No lo llamáis “el deseado”?

—¿Deseado?

—Por aquello de si es un liberal camuflado de comunista…

—No sé —dice Fidel—. Es verdad que ahora las cosas han cambiado un poco a mejor. Antes este reparto —distrito— estaba plagado de chivatos. Ahora es un territorio, digamos, libre.

Estamos en la mesa del comedor-cocina. Por la puerta del patio entra una mujer, saluda, y se sienta a comer. Angelina baja la voz y me guiña un ojo:

—Ella es del partido.

Fidel saluda a su hermana y continúa hablando con normalidad.

—Conozco a mucha gente que ha dejado de militar para el partido. A los jóvenes ya no los enganchan con el discurso. Muchos lo ven como un estorbo para poderse mover libremente.

Fidel respira hondo. Mira a su hermana, quien no ha levantado cabeza del plato, y contesta:

—Tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. La salud, la educación y la cultura, sigue siendo lo mejor que tenemos. Pero… todo lo demás, la economía y la burocracia…

La hermana come sin decir palabra.

Es difícil hallar algún individuo que defienda el marxismo-leninismo fuera del gobierno o de las organizaciones afines. El discurso oficialista —como el del programa la “mesa redonda”—, habla en un idioma distinto al del cubano corriente. Por la forma de hablar se puede reconocer el estatus de quien habla, o su círculo.

En general, los antiguos comunistas reconocen los méritos de la revolución y el sufrimiento colectivizado del pueblo, sobretodo, tras los descalabros del periodo especial y la represión de las últimas décadas, pero niegan con la cabeza, resignados, sobretodo, cuando ven el futuro que les espera a sus hijos.

—Sí Martí levantara la cabeza —le tiento.

—No. Si el Ché levantara la cabeza…

Exóticas resultan las consignas gastadas y envejecidas, junto a los carteles de la propaganda con los octogenarios Fidel y Raúl, las efigies de Martí, Camilo, El Ché, el «amigo» Chávez, Bolívar, y una caterva de héroes nacionales que dominan las fachadas y avenidas principales.

Estudio, trabajo, fusil

Estudio, trabajo, fusil

Quizás sea la falta de costumbre, pero esas ideas golpean con demasiada insistencia la realidad del día a día.

En un pueblecito pesquero, al pasar ante una casa manchada de pintura negra, Angelina me indica que no haga fotos.

—Lo han marcado por disidente. Un opositor.

La casa, una sencilla casa unifamiliar de ladrillos y techo de zinc, tiene toda la fachada manchada de pintura de negra. Un hombre en pantalones cortos se mece en una silla y nos mira desde el porche improvisado en el rellano de la escalera que sube a la casa.

La práctica totalitaria de marcar y reprimir a quien no está conforme con el discurso político oficial sigue vigente. Chivatos, multas, prohibiciones, pintadas, denuncias en público en la televisión —la mesa redonda—… todo tiene una violencia de coletazo final, de estertor gerontocrático. La prueba es que todo el mundo con quien hablo, me da su opinión política individualmente, a favor o en contra.

El estado sólo parece preocuparse más por las apariencias generales que por la opinión individual. Se centra más en controlar lo que tiene incidencia internacional y en la calle, que entre desconocidos.

Compartimos el almuerzo con Ruiz junto a sus amigos: tostadas, ostiones y dorado. Nos hemos conocido casualmente y en nada hemos pegado la hebra. Hablamos de historia y pronto surgen los masones. Se identifica como miembro.

—Tuvo un papel muy importante antes y después de la independencia. Ahora también lo tiene como creencia. Nos reunimos libremente y nos ayudamos. También hemos ayudado a la gente en tiempos difíciles.

Es un hecho empírico que las logias masónicas jalonan todo el territorio de Cuba.

—¿Pero si son liberales, entonces, que relación tienen con el partido comunista?

—Es complicado. Por un lado, el partido nos acepta por razones históricas ya que preparamos ideológicamente la Revolución. Luego las cosas cambiaron.

—¿Y no hacen nada?

—Hoy, los miembros del partido comunista están dentro de la masonería.

Disfrutamos de una comida frugal y buen ron. La compañía es grata. Los chistes sobre política y las pantomimas van de la mano. En este pueblo pesquero, a nadie parece importarle más la política que para hacer reír. Pánfilo entra en escena.

—Y tú que piensas de Cuba, ¿te gusta?

En ese momento, recuerdo la cultura de la pobreza que elogia Antonio Gamoneda.

—No os queda más remedio que ser alegres.

La censura

Un vistazo a la televisión y a la prensa no deja lugar a dudas de que, informativamente hablando, Cuba vive en su burbuja mediática. Tampoco sirven demasiado los rumores exteriores, puesto que cualquier noticia podría ser un anzuelo soltado por el partido para hacer saltar la liebre. El resultado es que a nadie que conozco parece interesarle lo que dicen los medios. Prefieren hablar con un extranjero directamente.

—Hay más información de Cuba disponible fuera de Cuba que dentro.

Paseando por la plaza, Angelina me señala el lugar donde hubo una manifestación.

—Aquí fue donde hubo aquella manifestación de la que te hablé.

Ante los soportales de esta plaza del interior, cerca de un policlínico, hubo una manifestación popular contra la represión de los vendedores ambulantes. El motivo fue que no podían vender en esa calle productos importados. Los vendedores defendían que de hacerlo en sus casas no podían vender el género.

—Un asunto de libertad de comercio.

La huelga acabó con porrazos y algún herido.

—Pero luego, me han dicho que fueron uno por uno, y les fueron cerrando el negocio.

—¿Y no hay organizada una oposición?

—En Cuba, no. No existe la oposición organizada. Todo el que vale se va fuera del país. Aquí la oposición son dos o tres voces toleradas a medias por el partido.

—Pero yo había oído que había una red de internet… como una radio libertad…

—El Zunzuneo ¡Qué va! Un invento para despistar ¡Pero si aquí casi nadie tiene internet!

—He oído que algunos, por ejemplo, artistas o intelectuales…

—Pero todos los que tienen recursos están fuera de Cuba, y los de dentro que tienen recursos son afines al partido. Fíjate, por ejemplo, en Silvio Rodríguez.

—Todos no. He oído hablar de «las damas de blanco…»

—Y yo que cobran un dólar al día por hacer oposición.

—¿Y esa tal Yoani Sánchez?

—A esa la dejan hablar porque les conviene.

Aunque no tengo manera de comprobar las afirmaciones constato una cosa: hay un completo descreimiento sobre la eficacia de la oposición dentro de Cuba. O dicho de otra forma, la conformidad con un régimen de 55 años es demasiado aplastante.

Cómo el elefante.

La alegoría del ladrillo

Recordando, Pablo nos trae una respuesta.

Le llevamos café, ya que él no tiene derecho a pedir café en el bar del hotel.

—Mira. Aquí ya no se mata a nadie. Lo que se hace es quitarte lo poco que tienes. Pero fíjate lo listos que son: es como si te pusieran un ladrillo en la cabeza. Imagínate, que con el ladrillo, tu, al principio, piensas “uff, qué ladrillo, pero sólo es un ladrillo”, y tiras. Luego, te colocan un segundo ladrillo, y el peso hace inclinarte un poco, pero “bueno», te dices, «sólo es otro ladrillo más.” Luego te cargan un tercer, un cuarto y un quinto. Y cuando estás que ya no puedes más, que te tienen a punto de desmayarte, van y te quitan un ladrillo. Entonces te dices: “mira, uff, qué bien, me han hecho un favor, ahora me siento mejor, estaba a punto…” Y luego te meten un nuevo ladrillo y vuelta a empezar.

Me toco la cabeza y noto la brisa cálida del aire del Caribe.

Pablo se ríe de oreja a oreja.

La sombra del Águila

Obama y Raúl en el entierro de Mandela

El turismo es un síntoma de globalización y de terciarización económica; es la tabla de salvamento para la economía nacional. En los hoteles no hay americanos, tampoco hay demasiados españoles. Sobretodo hay canadienses, ingleses, franceses y algún italiano.

—Los yanquis se van a República Dominicana. Y cómo los canadienses prefieren lo contrario a los americanos…, por eso vienen aquí.

En mayo, prácticamente no hay turismo. Quizás unos cien mil en todo el mes. El canadiense se deja sus dólares a gusto: una estancia placentera de un Caribe a medida.

Los EE.UU. aparecen para unos como la tierra prometida, y para otros como un criminal genocida. En general, el cubano de a pie siente menos simpatía por los USA hoy que mañana, y ya no es infrecuente ver camisetas, faldas y medias con la barras y las estrellas, o las gorras de los Yankees, entre algún joven.

—No se puede dar la culpa de todo al bloqueo —comenta Pablo mientras enciende un H.Upmann—, llevan diciéndonos lo mismo toda la vida. Y no digo que no haga daño, porque sí que lo hace, como la ley Helms-Burton, ni tampoco que los revolucionarios fueran unos cobardes, porque hay que tenerlos bien puestos para enfrentarse a todo un ejército desde la nada. Pero el bloqueo fue una cagada.

—Supongo que durante la guerra fría, con la crisis de los misiles, el bloqueo tenía algún sentido…

—No. Me refiero a que si los USA hubieran levantado el bloqueo en 1991, ahora ni Fidel ni Raúl estarían. El régimen no habría tenido esa excusa y habría tenido que cambiar.

Pablo habla con el entusiasmo típico del cubano, mientras la tarde va cubriéndole el rostro. Acompaña sus palabras de gestos rápidos y posee una determinación en su forma de hablar que si no es ensayada, parece la de alguien con las ideas claras.

—Todo aquél que tenga convenios con USA no puede comerciar con Cuba, a menos a nivel financiero y comercial. A quien se salta el bloqueo la justicia americana le mete una multa millonaria.

—Eso no es económicamente sostenible en el mundo actual. Creo que ambos países deberían acercar posiciones, ¿no crees?

—Eso no cuenta. Porque eso es la política. Un gran negocio. USA no quiere perder el control del negocio. Si no es para él no es para nadie. ¿No sabías que a pesar del bloqueo, compramos productos americanos?

—Vaya, pues esto ya no hay quien lo entienda.

—Qué país… qué país…

Pablo se dedica a la venta ambulante y a otros “negocios”. Con un tono ensayado durante muchas tardes ante muchos turistas, suelta:

—A esto no le queda más remedio que cambiar. Han empezado los cambios pero yo no estoy para esperar. Si cuando se vaya Raúl llega un nuevo gobierno y con ello puedo instalarme, bien, perfecto. Pero si esto no acaba cambiando —palmea con fuerza—, yo me voy a Miami.

Birán.

Birán.

Los nombres de quienes han vertido su opinión en este retrato de Cuba han sido cambiados, por si las moscas.

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