El hombre que juega (II)

Johan Huizinga Font: http://metacultura.com.ar/el-juego-en-la-historia/.

Homo Ludens abre una puerta para adentrarse en la estructura del juego de toda manifestación cultural. A pesar de que el marco de actuación de la obra está limitado a la cultura, la filosofía, el derecho, la poesía, el conocimiento o el arte (y aun la pugna entre científicos, los premios, los juicios, la danza, etc., no menos importantes y extensos), su perspectiva puede alcanzar todos los ámbitos que terminan en la frontera del «no juego» y que no es siempre «lo serio.»

Para E. Gombrich, el elemento más importante que engloba la propia actitud frente al juego como representación es el «pretending» o el actuar «como si.» Este fingimiento de hacer como si la ejecución fuera «real», que se ve tanto en los juegos infantiles como en la pintura o la escultura, es una actitud común a todas las esferas humanas. Se trata de actuar sin un convencimiento absoluto en el acto, de interpretar el acto «como si» lo representado fuera cierto.

Este es, en efecto, un concepto clave sobre el que fundar una filosofía. Queda perfectamente reflejado en Miguel de Unamuno y su San Andrés Bueno, Mártir; acaso aquel cura fuera un homo ludens autoconsciente que ha descubierto la nada existencial y sabe que la salvación es actuar sin creer, ejecutar la ilusión de la fe como si esta fuese cierta. No es de balde que los existencialistas consideraran lo aparente como lo único real, aquello que existe.

La política

La política da para mucho pretending, pero a penas es analizada. Me pregunto si cuando un candidato persuade al auditorio con sus ideales pretende representar esos ideales —crear una ilusio—. El político ejerce la retórica, marca los tiempos, sabe que juega a persuadir y que el auditorio está dispuesto a creerle si se ejercita bien «como si» lo que representa fuera cierto.

Me pregunto si, al igual que el sacerdote al oficiar misa, el político ejecuta un sacramento; cuando al terminar y mirar a su auditorio descubre si se ha mantenido la ilusio con los aplausos de los que goza. Es más, el auditorio, o parte de él, a su vez, juega y «como si» creyera lo que representa, lo manifiesta con sus aplausos e himnos (o rituales). Podría decirse, incluso, que el hecho religioso de «creer», hoy en día desligado de lo sagrado, es el mismo juego tanto en política como en religión.

La parte lúdica del sistema de partidos, o de una asamblea, es la misma que la de un juego de mesa: establecer y seguir una serie de reglas y estatus para el grupo. En algunos procesos políticos, tras toda la reglamentación, turnos, propuestas, declaraciones, mociones y votaciones, se palpa una tendencia competitiva, agonal, frente al adversario. Ahora bien. Si la política es esencialmente pacto, esta será esencialmente juego. ¿Pero qué tipo de juego? Un juego serio, sin duda, el del poder, como desde Maquiavelo, con un objetivo claro: dominar el grupo. Como en todos los juegos, es de suponer que se puede cambiar de partido, hacer trampas e incluso romper la ilusio del juego.

Font: Avui. Mariano Rajoy i Artur Mas, l'any passat, en la inauguració de la línia del TAV Barcelona-Figueres G.N. / REUTERS.

Font: Avui. January 8, 2013. REUTERS/Gustau Nacarino.

El hombre que juega

Retomando el aspecto filosófico, a Schopenhauer le faltaba una tercera vía para anular «el ego». Así, cuando habla del ascetismo y de la música para olvidarse de la razón suficiente, habría que añadir el juego como una actividad que permite la evasión. En este sentido, creo que los irracionalistas como Nietzsche se acercaron más a las tesis de Huizinga: «El hombre quiere peligro y juego», o cuando dice que «el niño juega y crea sus propias normas» como modelo del superhombre.

Pero no todos juegan. Otros se abstienen, y algunos, muy pocos, se esfuerzan por romper la ilusio. Este es el caso del aguafiestas, figura central para E. Gombrich, porque evidencia la necesidad del juego amenazando su existencia. La actuación del aguafiestas suspende el juego y devuelve a todos los participantes a la realidad, no por hacer trampas, puesto que el tramposo es el que toma ventaja incumpliendo las reglas pero sin romper el juego, sino por acabar con el pacto.

«Los tramposos, salen mejor parados que los aguafiestas.» J. Huizinga.

El aguafiestas rasga el velo y explica el truco; puede ser, por qué no, un arquetipo de revolucionario, de hereje, político, periodista, profanador o saboteador. Su papel es demasiado profundo y su alcance demasiado vasto, pero su existencia es universal.

En los juegos de rol el azar se mezcla con las reglas y la ilusión narrativa común. Por definición, el juego de rol es «representativo» aunque por su sistema de reglas es agonal, competitivo. En estos, un jugador metajuega cuando actúa fuera de su personaje, es decir, cuando juega en el juego, pero con información externa en forma de ventaja fuera de la representación convenida. El aguafiestas es quien metajuega, es decir, quien juega desde fuera de la ilusión del juego, del pacto.

Lo sagrado

Uno de los límites del juego es lo sagrado. Huizinga indica una serie de pueblos antiguos donde los juegos forman parte de las prácticas religiosas y defiende que «el acto sagrado es juego», pues tanto el azar como la representación son elementos que conforman el culto mágico y religioso —adivinación, hechicería, consulta divina, providencia, destino, etc.—. Huizinga defiende que el acto sagrado en la antigüedad se realizaba identificando la ejecución con la representación durante un tiempo y un lugar excepcionales, consagrados (como sucede con el tiempo de recreo infantil), tras lo cual todo regresaba a la normalidad.

Hoy en día, lo sagrado es representación, no identificación; de hecho, la tesis de Huizinga (1938) defiende que cualquier actividad mágica, religiosa, o científica puede convertirse en acto sagrado siempre que se ejecute «como si» fuera representación. Me pregunto si acaso no será el mismo juego hacer «como si» existieran los átomos, que hacer «como si» existieran entidades sobrenaturales.

El intérprete de lo sagrado, el vate, el místico, el hechicero, el «hombre de poder», el científico hoy, domina el lenguaje, pues sabe que es un código «mágico» de control. El hombre primitivo jugaba representando un papel con unas víctimas que temían más su papel que el hecho sobrenatural. Es decir, vivían la magia como una convención que cumple una función social. Huizinga observa en el juego arcaico que tanto «el niño, el poeta y el salvaje se sienten a sus anchas» y «la sensibilidad estética moderna del hombre se le acercan». Tal y como defiende Freud con su «omnipresencia de las ideas» en Totem y tabú.

Si la naturaleza no es juego de azar, como dejo dicho Albert Einstein con su «Dios no juega a los dados», en la mitología los dioses juegan, pierden, hacen trampas o boicotean las leyes naturales. Los antiguos representan una naturaleza caprichosa, en constante cambio; homérica y heraclitiana.

La metáfora de Einstein representa la regla inmutable y podría contraponerse el verso del poeta Stéphane Mallarmé: «una tirada de dados jamás abolirá el azar». Frente a la regla se alza el azar, elemento básico del juego. Así se encuentra en la mitología, contra el lógos; así en el animismo, contra el monoteísmo; así en el epicureísmo, contra el estoicismo; así en la mecánica cuántica, contra la relatividad.

La naturaleza representada como juego o no juego, como la realidad que se escapa o que contenemos. Quizá a nuestros científicos de hoy les falte algo de la actitud lúdica de los viejos dioses.

Aquiles y Áyax jugando a los dados

Aquiles y Áyax jugando a los dados

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