La batalla por Catalunya

Antoni Estruch Bros. L’onze de setembre de 1714. 1909.

A cuatro días del desenlace la tensión parece anunciar una ruptura inminente. El bote es muy alto y nadie va a renunciar a ganar la partida.

En 2015 cambió definitivamente la manera de percibir la cuestión catalana. Primero llegó el fervor del referéndum consultivo del 9-N del 2014 (80% a favor de un estado republicano), luego, el de las elecciones autonómicas plebiscitarias del 27-S del 2015 (mayoría absoluta soberanista). Hoy, el 1-O ha pillado a más de uno por sorpresa al no salirse del confort mental del relato autonómico, y por no comprender que el independentismo es un movimiento de transversal y pacífico.

A cuatro días del desenlace, asistimos perplejos a un campo de batalla donde no queda más “equidistancia” donde refugiarse que en el silencio. Estamos, por decirlo en cierta forma, en medio de la batalla por Catalunya.

El frente del discurso político

Reunión entre el presidente de la Generalitat y el presidente del Gobierno en funciones en la Moncloa (LVE). La Vanguardia. 2016.

Sin embargo, esta batalla no se ganará con balas ni bombardeos, si no con política. Este es el frente principal, donde se libra la guerra de las ideas, la superestructura. A cuatro días del desenlace ambos ejércitos se han atrincherado uno frente al otro, como en la batalla del Ebro. El frente está estancado aunque podría llegarse a una tregua en una zona neutral, quizá con el aval de una cumbre europea.

Se estilan dos maniobras: “el recon” y el “paco”: el “recon” o reconocimiento del terreno enemigo es rechazado como “añagazas” (en palabras del barón de Claret), y sirve de tanteo de las intenciones del otro; con reuniones, declaraciones, o cartas se atisban las posiciones tomadas y se provoca al otro bando. El paco, o francotirador, sin embargo, dispara cuando tiene ocasión y vuelve a su escondrijo. Tácticas para hacer brecha inútilmente en el discurso contrario. Balas perdidas.

El gobierno dispone de un discurso oficialista y homogéneo: abundante artillería legal, constitucionalismo, soberanía nacional, el relato del autonomismo. El govern, por su lado, esgrime un discurso heterogéneo contra los agravios del estado: la crítica a su legitimidad, la corrupción del partido del gobierno, las injerencias entre poderes, el cohecho, el relato del fracaso del posfranquismo

Los apoyos institucionales al discurso se inclinan a favor del gobierno desde la Comisión Europea y los EUA, aunque con dudas sobre su sinceridad, mientras que el bando soberanista dispone de la adhesión de individuales y asociaciones, armas ligeras pero de alcance internacional (cañones que requieren buenos artilleros), gracias al trabajo de Raül Romeva y las embajadas. El frente internacional bascula entre la injerencia o la no injerencia según el interlocutor.

El discurso económico dispone de tantos detractores como defensores, y un estado con una deuda del 100% del PIB y una economía que crece a base de recortes, con la bolsa de las pensiones agotadas tras 35 años de desigualdades territoriales no corregidas, no ofrece demasiada confianza al debate del autonomismo, o de la “solidaridad” entre comunidades. Es importante comprender que ya no sirven de nada las promesas de De Guindos ni las amenazas de Montoro al govern. Llegan tarde, o demasiado pronto. El govern ha asumido que el estado no va a negociar ni de mala fe: ha pasado del «seny» a la “rauxa”, concepto que a veces se olvida sobre los catalanes. El momento de negociar fue antes del 2012, cuando se publicaron las balanzas fiscales y el catalanismo no era independentista. Lo cierto es que la viabilidad de una España y Catalunya separadas, ahora mismo, en una sociedad incapaz de prever sus crisis y dependiente de las subastas del tesoro, no está claro: se trataría de evitar el peor de los males, o probar con un nuevo acuerdo que mutualizara la deuda, etc. Terreno desconocido que parece no afectar a las finanzas internacionales, a pesar de las declaraciones de estos últimos días.

Repliegue estratégico tras las líneas rojas. Claro que hubo una breve “operación diálogo”, centrada a buscar acuerdos, pero dentro del inmovilismo y mediante amenazas, además de los agravios institucionales, magnificados por la propaganda, lo que resultó en fracaso. Como en todo entendimiento debe haber confianza entre las partes, y la guerra hoy no permite dejar un flanco abierto hasta que no se esté en posición de ventaja, ambas se ven obligadas a seguir en liza y dejar para más adelante un acuerdo. Habrá que esperar al desenlace para ver cambios en este frente, aunque ya se lee en algunas editoriales nacionales el cambio de discurso hacia la comprensión del soberanismo.

Si hubiera un relato alternativo en Catalunya y no sólo la consigna “no hagáis nada, mejor unidos que fuera de la UE, donde hace frío”, probablemente el soberanismo no representaría a la sociedad catalana. Al haber fracasado el socialismo, primero con el autonomismo de Maragall, recortado y humillado por PSOE y PP, luego el federalismo de Navarro, decapitado por Rubalcaba, y luego con el plurilacionalismo fantasmal de Sánchez y su inocua propuesta del traslado del Senado, defenestrado y revivido por los susanistas, el campo del proyecto común está yermo. También, hay que sumar el fracaso del catalanismo de derechas con el rechazo del pacte fiscal y la impugnación del 9-N.

Por su lado, los comunes y algunos excomunistas han descubierto que cavar sobre roca es su muerte política, y han desobedecido sus secretarías instaladas en la comodidad de la oposición parlamentaria en Madrid. Otros han previsto que es mejor estar a favor de la corriente que en la oposición con la derecha no-catalanista. La ausencia de un proyecto común de izquierdas alternativo al inmovilismo de PP y C’s, junto al silencio cómplice del PSOE aunque sea por táctica, mientras en Catalunya el PSC pacta con la oposición antiprocesista, no ofrece confianza suficiente en Catalunya. Es normal que no se dialogue, más aún cuando al sacar la cabeza de la trinchera se corre el riesgo de ser abatido por un paco del propio partido!

El frente administrativo.


© Casa de S.M. el Rey. Su Majestad el Rey, con el nuevo fiscal general del Estado, José Manuel Maza, junto con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, el presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ, Carlos Lesmes, y el ministro de Justicia, Rafael Catalá

La batalla administrativa y judicial está ganada por el gobierno: dispone de todo el aparato ejecutivo y judicial. El govern ha tenido que crear una ley a medida, forzando el reglamento del Parlament, para ampararse legalmente y de esta manera poder desobedecer al TC. Unos defienden la ley y los otros el «mandat democràtic” de dar respuesta a una mayoría absoluta en el Parlament mediante un referéndum. Entre la ley y la moral está claro que ganará la ley a base de incoaciones administrativas, pero esta derrota podría alargarse en tribunales europeos e internacionales y volverse contraproducente: ante la intervención de la autonomía catalana el govern ha contratacado interponiendo recursos y denuncias.

El estado tan solo tiene que esperar. Los soberanistas, sin embargo, necesitan ganar tiempo como sea en este frente, ya sea mediante la movilización del 1-O o aliados de última hora; y aun con los despistes del gobierno o vulneraciones de derechos: actuaciones como registros sin orden judicial, apertura de correspondencia privada y bloqueos de cuentas, prohibición de renunión y manifestación, decomisos y detenciones sin lecturas de derechos, incluso vulneraciones del estatut del 2006 enmendado por el propio TC. Ya se verá cuáles son y si podrán jugarse como ventaja por un govern que también ha cometido errores de forma. En resumidas cuentas: este frente es el que generará mayor desgaste y los soberanistas solo pueden estancarlo con errores del adversario o «brigadas internacionales» que defiendan la autodeterminación de los pueblos y la tradición liberal.

¿Cuáles serán las actuaciones el día después? Aquí, tanto Soraya Sáenz como el govern han dicho que no van a dar pistas al enemigo. Las iremos descubriendo día a día, noticia tras noticia, como una guerra de posiciones. Se espera que el estado aplaste administrativa y judicialmente el govern y se convoquen elecciones anticipadas. El destino de los sublevados se considera un asunto de orden judicial y no sólo con las amenazas de inhabilitación, sino con multas diarias de 12000 euros para los miembros de la sindicatura de garantías. Estas actuaciones “sui generis” en una democracia joven, defendidas por el Fiscal general y los juicios que provocarán desabastecerán los partidos de activos políticos y sentarán un precedente “preocupante” para la convivencia que ya ha hecho dudar al PNV, y al PP ordenar un repliegue de los PGE.

¿Qué hará el govern si el estado comete algún error? A juzgar por el boicot de gobierno y oposición, si no se impide físicamente el referéndum el resultado será la declaración de independencia, no reconocida por España y amparada en Ley de transitoriedad, ilegal dentro del marco español. El resultado internacionalizará el conflicto y de aplicarse el 155 la solución pasará por negociar con avales europeos una situación de excepción para Catalunya. Es improbable que salga el No dado que la oposición ha decidido no hacer campaña ni participar.

Si se impide físicamente el referéndum este domingo no queda otra que convocar elecciones anticipadas, aunque podría suceder que el govern se atrincherara en el Parlament a la espera de una salida negociada, apoyado por movilizaciones y hasta huelgas generales, al más viejo estilo cenetista. Es un caso improbable porque el estado está dispuesto a ganar sin negociación, y la oposición no apoya el referéndum de marras, y además, unas elecciones anticipadas darían tiempo a los soberanistas para recuperar terreno y frenar durante unas semanas la ofensiva estatal. Tampoco una DUI en caso de boicot del referéndum no seria posible, ya que anularía el maltrecho frente de la legalidad del propio govern (sería una jugada desesperada que se puede jugar al amparo de unas nuevas elecciones plebiscitarias que permitirían ganar más tiempo).

En caso de elecciones, éstas se leerán en clave plebiscitaria y probablemente sea el último cartucho que les quede al soberanismo antes de la DUI. Si no obtuvieran mayoría, pongamos, porque la oposición ofrece pacto, abriría el camino de la normalización y, quizás, la negociación, aunque es difícil creerlo por parte de un gobierno que prefiere dejar las cosas como estaban; pero si el soberanismo ganara por mayoría absoluta, otra vez, no hay duda de que habrá declaración unilateral de independencia, lo que nos llevaría al caso de que se realice el referéndum.

El frente social.

@ David Airob. La Vanguardia.

Este frente está ganado por el govern. Los unionistas y la mayoría silenciosa que se deja posicionar según las encuestas no han movilizado a tiempo sus efectivos y han renunciado a hacer campaña por el No, jugándoselo todo al boicot del referéndum y dando carta blanca al gobierno. Aunque hay intentos de penetrar la línea enemiga por ambos bandos, la polarización social es evidente tras años de movilizaciones y ninguneo del gabinete Rajoy. Al menos hay unos dos millones y poco de votantes del Sí, y es posible que cada día haya más (la historia es harto conocida, así que no voy a extenderme sobre sus razones). Además, casi un 80% de catalanes estaría dispuesto a participar en un referéndum acordado, según El País.

La sociedad movilizada a favor del Sí y del derecho a decidir goza de buena moral, como se ha ido demostrando los últimos años. Al ser la responsable en sus inicios de haber movilizado el soberanismo de los partidos catalanistas, y estos de haberla escuchado, tiene una salud de hierro que dará muestras de su músculo en los próximos días y meses.

La ventaja para el govern está clara: dejar al gobierno la papeleta de usar el argumento de los “tumultos” y amenazar con la guardia civil, lo que se acomoda perfectamente en el relato “colonialista” de la represión contra una masa cada vez más convencida con cada acción ejecutiva de un gobierno inmovilista. Además, la imagen de un barco «represor» en el puerto tiene ecos de Setmana Tràgica, o de 1934, y despierta la resistencia pasiva, aunque sea a golpe de cacerola, manifestaciones o empapeladas. Por si fuera poco, recrea el escenario para una inminente representación de una «Revolución de terciopelo», o incluso, una «Primavera catalana».

A diferencia de lo que se dice en la prensa de Madrid, quienes lo han vivido de cerca comparten la actitud pacífica y lúdica de las manifestaciones, más que su aparato ideológico: su grado de civismo es algo que no se “palpa” fuera de aquí y que al compararse con el nazismo, o con los movimientos violentos de forma repetida e inane en otro torticero intento de criminalizar hechos puntuales, da como resultado mayores adhesiones. Además, no son pocos los que han descubierto que se puede estar a favor de un referéndum sin necesidad de hablar catalán en la intimidad, ni de colgar carteles u ondear una bandera estrellada: incluso sindicatos, estibadores, bomberos, abogados, profesores, y está por ver si los mossos d’esquadra.

El gobierno solo puede vencer socialmente fuera de Catalunya y aun así, decenas de ciudades españolas ya han mostrado parte de ese “republicanismo” latente y descontento, que en algunos casos ha despertado reacciones violentas, tras el deseo de cambiar sus vidas; o por decirlo de otro modo, se les ha ofrecido la utopía a través de actos reales, no con meras palabras sino mediante una «acción directa» contra un estado inmóvil y un gobierno corrupto. La única alternativa que le queda al estado para inmovilizar la sociedad catalana es declarar el estado de emergencia, pero aún necesita una coartada: los deseados “tumultos” del 1-O. Un nuevo error, o triunfo, según se mire, en caso de cometerse.

El frente cultural

«Manifiesto de intelectuales» publicado el 18-9-2017

La lengua y la historia son los dos caballos de batalla del frente cultural, y el fracaso de una ley de enseñanza que se acomode a la diversidad cultural del país es una víctima más de este frente.

Respecto a los símbolos nacionales, la normalización de la estelada es un signo de victoria del soberanismo. Durante el autonomismo, la estelada nunca gozó de buena salud ente las clases medias, pero hoy es un símbolo de la lucha contra la intransigencia del estado, las prohibiciones y la censura, y se vende en cualquier chino junto a la autonómica y la española. Hay que recordar que la estelada no es una bandera de un país, sino de una actitud combativa, ya que la bandera catalana es la «senyera».

Lo más interesante del frente cultural en Catalunya es la superación del debate de la lengua. La lengua catalana, entendida como símbolo, ha ganado las trincheras que colocó el ministro Wert y que intenta recuperar Ciudadanos. Aún se oye el disparo de algún paco, pero el frente cultural ha sabido maniobrar entre el control gubernamental y el exceso del manifiesto Koiné, aunque fuera mal interpretado, e integrar el catalán y el castellano en el mismo bando con el mismo grado de aceptación, gracias también al apoyo de asociaciones como Súmate: el ministro de cultura ha rendido una de las armas más poderosas de la guerra cultural y los soberanistas, en vez de usarla, la ha desmantelado.

En este frente combaten asociaciones culturales, medios, y gurús, junto a los “intelectuales y artistas”. Sin embargo, estamos lejos de los años donde el intelectual desempeñaba una función social, y cabe preguntarse si aún existe ese rol en la sociedad postindustrial. Una vez empezada la batalla hemos asistido a una adhesión constante de manifiestos, artículos y tiros de tweet.

Snowden y Assange, gurús del star-system de la libertad global de expresión, también han aportado su granito de arena, e incluso un duelo de insultos entre Assange y Pérez-Reverte para mayor polémica; mientras los herederos de esa escuela de Barcelona, esa “gauche caviar” admirada por el socialismo que ha sabido satirizar ingeniosamente Albert Pla en un doble golpe de humor, también han saltado a la palestra. Es interesante leer algunas de estas opiniones que, en general, solo quieren defender su creencia sin dar lecciones a nadie, pero también lo es el descubrir a los voceros incondicionales que se esconden bajo una mascarada de intelectual liberal y «hombre de mundo», ya sea un deportista, un periodista, un escritor o un cantante, que se desentienden de querer hacerle el juego a un bando, cuando precisamente es lo que hacen. Al final resulta que sus opiniones valen tanto como les cueste mantener su reputación. Y finalmente están las patrullas de presentadores y tertulianos que hacen de agitadores y palmeros.

Los bandos utilizan intelectuales como propaganda. Es cierto que algunas voces, sobretodo extranjeras, van por libre, pero lo aficionados a los manifiestos locales  quizá deberían redactar uno nuevo a favor del silencio y del boicot a los políticos, o mejor aún, a favor de ellos mismos en vez de regalar munición.  El intelectual de trinchera rápidamente es abatido: su posción y actitud frente el poder los puede delatar. El PSOE dispuso de ”La banda de la ceja”, el PP de sus premios nacionales, los escritores catalanes no soberanistas, atrapados entre dos fuegos, acusados de connivencia como “botiflers” o “caragirats”. En Madrid, la brigada “Vargas-Llosa”, el nobel de literatura tras el cual se acuclillan la jet-set y los lobbies mediáticos, y la patrulla de la RAE, con sus premiados Pérez-Reverte, Javier Marías, o Muñoz Molina, y los “Queipo de Llano” de la cultura como Albert Boadella, o Félix de Azúa, y demás, frente a la Pilar Rahola, Empar Moliner, Juanjo Puigcorbé, Quim Monzó o Eduard Punset. El resultado final es tan aterrador como el grado de conformismo con el bando que los ha utilizado. Antes de sacar la cabeza del hoyo, deberían saber que si estamos «en guerra» toda opinión puede ser usada en su contra, como el rebote de una bala.

La polarización del debate ha dejado al descubierto a los pragmáticos y “equidistantes.” La batalla cultural no ofrece tregua ni hace prisioneros y es como un yermo lleno de cráteres donde acechan los pacos y se libran escaramuzas que responden a las consignas de editoriales, grupos, partidos y asociaciones, y que terminan instrumentalizando la cultura como propaganda, mientras los politólogos e historiadores pasan a un discreto segundo plano. A veces, empero, una ambulancia aparece y socorre a los heridos demostrando que el ser humano puede dar lo mejor de si en los peores momentos.

El bando unionista es unánime, si bien algo más equívoco por el ala de los reformistas. En España, los medios no representan la opción soberanista. En Catalunya, a pesar de lo que digan los medios de comunicación nacionales, coexisten ambos discursos y hay diversidad de posicionamientos, junto a una importante masa a favor del No, sobre un 40% de la población. El clamor del soberanismo en Catalunya es ensordecedor no porque haya censura, como se deja creer en los medios nacionales, sino por que está mejor organizado y movilizado. También hay que añadir que a nivel internacional la reacción de los intelectuales y algunas cabeceras de periódicos se decanta mayoritariamente a favor del discurso soberanista, o al menos, del derecho a decidir (ya van cinco nóbeles de la paz a favor), mientras que el inmovilista tiene poca repercusión en los medios catalanes. Este hecho no puede explicarse sólo viendo TVE, o los medios de Atresmedia y Prisa, ni tampoco escuchando sólo TV3, o la radio, y menos aún las declaraciones del fiscal Maza: “están abducidos”.

La caída del Tótem.

Uno de los fenómenos más interesantes a nivel psíquico es la pérdida del tabú constitucional. La Constitución, ese tótem erigido como poder omnipresente, ha caído como un falso dios de la mente de los soberanistas. No ha sido únicamente por las reiteradas embestidas contra “la estaca” que lo ata, sino porque ésta, al amparar los derechos civiles junto a todo tipo de corruptelas y omisiones de derechos (de expresión, o de vivienda, por ejemplo), se pudrió, y al asentarla a «mazazos» de tribunal ha terminado por resquebrajarse. Además, la sentencia del TC contra el Estatut de Catalunya tuvo el efecto de la carcoma: el poder judicial, controlado por los partidos desde el CGPJ, estaba por encima de un referéndum, la voluntad del pueblo y de la aprobación del legislativo y el ejecutivo.

Estamos ante un fenómeno de cambio de actitudes y aculturación de nuevos valores. Probablemente, esta ruptura no se haya dado fuera del soberanismo si bien los reformistas han reconocido al menos dos señales: el fin del bipartidismo y la crisis política del estado. Habrá que ver si el 1-O es la tercera señal y si la aculturación permite un cambio de actitud a favor de un nuevo modelo de estado.

Al desgaste de un TC forzado por el partido del gobierno, así como las contramedidas que se están tomando contra la autonomía catalana, se ha sumado el desencanto de la corrupción, las dudas sobre su legitimidad, la inconveniencia del inmovilismo, la crisis de la monarquía y, sobretodo, la crisis laboral y de deuda (en la que se incluyen las pensiones). Los soberanistas no desobedecen para dirigirse a un estado sin ley, sino para asumir el control de sus recursos y mejorar la vida de sus ciudadanos. Por descontado, la única forma no-traumática de hacerlo para ambos es pactando un referéndum o cambiando la constitución. Por descontado, eso no ha sido posible. Es más, hasta el 1-O, o dicho de otra forma, hasta que no estalle el problema no se empezará a plantear seriamente una solución: cuando lo probable esté en la calle y en boca de todos, empezará a hacerse posible.

El frente del humor.

La idea es sencilla: la ironía y su efecto, el humor, nos hace cómplices con el emisor. Claro que la ironía implica un referente cultural y cierto gusto compartido. Por otro lado, la burla o hasta el sarcasmo, es decir, el humor imitativo o mímico y su deformación, o el insulto, no disponen de tanta aceptación entre las filas contrarias que saben apreciar los efectos de una carcajada.

El frente del humor lo ha ganado el soberanismo, aunque haya que reconocer que no todo ha sido mérito de su ingenio: el gobierno, quizá dando por perdida esta batalla con su “ley mordaza” y su falta autocrítica, no sólo no ha sabido crear un grado de distensión a través del humor sino que lo ha rendido sin jugar. Con el humor la intimidación se desvanece por arte de chiste o meme, junto a fotografías, comentarios, o actos cuyos referentes culturales, como la orografía del terreno en que se vive, el bando local ha sabido aprovechar.

La última ocurrencia del ministro de interior Zoido, los cruceros de la Warner, ha sido comparada con el hundimiento de “La Armada Invencible” o la de Santiago de Cuba; recompensa que provoca el “procés” y que levanta sonrisas y adhesiones a Piolín, nuevo héroe de la independencia, prisionero de una guardia civil enjaulada por políticos en un barco de los Looney Tunes, los dibus de la infancia de España; o las canciones de La Trinca, pegadizas y conocidas por más de una generación;  las narices de payaso, los claveles, los vítores de las papeletas, las consignas humorísticas, la autoparodia («Urna, grande y libre») y las urnas frente a una movilización castrense cuya presencia es aceptada como actor necesario para la puesta en escena de mimos y actuaciones.

La «guasa» hoy dispone de las redes sociales. Así como durante el franquismo, las revistas satíricas hacían cómplices sus lectores aunque fuera autocensurándose, hoy, la difusión del humor, asumida en gran parte las redes sociales salvo por algunos medios (El Jueves, El Intermedio, Polònia, etc…) hace lo propio sin autocensura; los memes, las máximas, los calambures y el ingenio de toda la población al alcance de un dedo. Como se ha demostrado con Donald Trump o las Primaveras Árabes, las redes sociales funcionan de acelerador cultural cuando encuentran una amplia base social implicada que participa a tiempo real y se hace cómplice, como un eslabón forma parte de la cadena que lo tensa.

https://www.youtube.com/watch?v=C5DQbsgr1oA

Convencer por el miedo o el odio a una sociedad con buena salud es inútil: siempre gana más adeptos una risa que los augures del temblor de dientes, una actitud más propia de sociedades controladas mediante la represión.

El desenlace

Habrá que esperar entre cinco o seis días para anticipar algo. Se descubrirán las cartas y terminará una ronda que empezó hace tres años. Podemos estar seguros de que la madre de todas las batallas por Catalunya va a ser la administrativa-judicial, y que el frente social va a reaccionar en auxilio de la Generalitat y sus competencias, y quien sabe si se van a sumar huelgas indefinidas. Corre el rumor que tras el choque, el frente político hará un alto el fuego para plantear un armisticio. De momento me remito a lo que fue publicado el 2015 en L’article que anava a publicar: el resultado dependerá del equilibrio de fuerzas y apoyos, y esto no se sabrá con certeza hasta que haya una declaración de independencia, o hasta el resultado de las próximas elecciones catalanas.

Carta de crisis del juego de mesa «Café para todos»

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