Maquiavelo nunca escribió el “fin justifica los medios”. El inventor anónimo de dicha cita, sin embargo, parece que tuvo más fortuna a la hora de justificar las acciones amorales e inmorales. Maquiavelo sí tenía escrúpulos contra la crueldad y la bajeza: según él, cuando la crueldad es continua y premeditada, el príncipe no merece gloria ni perdón de los hombres.
Los escrúpulos del consigliere fueron mal vistos por Napoleón, quien en sus anotaciones megalómanas le reprocha su quehacer de moralista, si bien le agradece «servirle bien». Pero es que Maquiavelo, defensor del republicanismo, no escribe para un gran dictador, sino para el futuro Lorenzo II de Médici, quien asume el cargo de príncipe de Florencia en la Italia del Renacimiento.
No le han faltado detractores y defensores: Federico II de Prusia, Napoleón, Gramsci, Mussolini, etc., quienes mantuvieron ese diálogo de interpretación contemporánea. Pero no desviemos el tiro: Maquiavelo tampoco es Rousseau. Es amoral por su falta de intelectualismo moral y de teologismo. Jerónimo Feijoo, en el siglo XVIII, no le atribuye nada más extraordinario que describir la naturaleza humana en relación al poder.
Escrita en 1513 en italiano y publicada en 1532, se ha interpretado como espejo de la actualidad. Así, hay quien ha publicado un Maquiavelo para empresas, otro para partidos políticos, y quien sabe si exista uno para las familias. Parece que el opúsculo, o más bien, el tema que trata, sea universal como si las relaciones de poder fueran una práctica de cualquier época, como si hablásemos de las reglas del go o del ajedrez. Algo parecido, si se permite, a otras obras como el Arte de la Guerra, de Sun Tzu.
El Príncipe, empero, no es un libro de máximas. Es la condensación de la experiencia como secretario de cancillerías y consejos, como diplomático y militar, ofrecida a un futuro protector tras haber caído en desgracia, y por ello, no exento de adulación. Fue escrito durante un retiro, después de ser torturado y liberado por conspirar contra quienes habian regresado tras la caída de la república.
Siguiendo la tradición de citas apócrifas, a continuación se expone un decálogo que resume los principios universales de la acción de poder.
- Actúa de manera que el daño que causes no pueda volverse contra ti.
Quizás esta sea la norma general o principio que engloba los demás (tan válida para el ajedrez, la política o los juegos de mesa). Para el autor, la prudencia es la virtud esencial del príncipe (como en los viejos filósofos-gobernantes) y se expresa según las circunstancias.
Sobre los territorios conquistados y los nuevos súbditos (es decir, el caso de Florencia), indica que las injurias deben realizarse resuletamente para no dar lugar a reacción:
“De lo dicho debe observarse que a los hombres conviene o atraerlos por las buenas o anularlos, porque de las ofensas leves se vengan, de las graves, no. De ahí que la injuria hecha a un hombre debe ser de tal envergadura que no deje lugar a reacción.”
Dado que se debe obrar bien o mal según las circunstancias, para evitar las afrentas se actuará el mal de forma resuelta y rápida, y para disfrutar de las buenas acciones se otorgarán los beneficios con parsimonia.
“Es mejor hacer de una vez todo el mal que deba hacerse, pues las ofensas menos hieren cuanto menos se repiten; por el contrario, es bueno que los beneficios se concedan poco a poco, que así se saborean mejor.»
- La conducta del hombre es siempre interesada.
Varios principios demuestran la tesis hobbesiana. El hombre actúa movido por el instinto.
“Porque los hombres atacan o por miedo o por odio.”
Las masas son mudables de opinión en base a los refuerzos (premios y omisión de castigos).
“Y como los hombres, cuando reciben el bien de quien se esperaban el mal se obligan aún más con el benefactor, el pueblo será para con el príncipe más benévolo que si aquél hubiese llegado [al poder] con la ayuda popular.”
En la adversidad, los hombres se sienten obligados con su benefactor. Si existe un interés mútuo, una alianza es obligada.
“La naturaleza de los hombres los lleva a obligarse por los beneficios que se hacen como por los que se reciben”.
En los últimos capítulos se advierte contra el egoismo esencial de la especie humana:
“La inmensa mayoría de los hombres puede decirse que son ingratos, volubles, engañosos, deseosos de evitar peligros y ansiosos de ganancias. Mientras los tratas bien, todos se declaran leales, te ofrecen su sangre, sus haciendas, sus vidas y hasta sus hijos, como ya dije antes, en tanto no tengas necesidad de ello, que si la tienes, tiempo les falta para que se revuelvan contra ti.”
Con todo, Maquiavelo justifica el propio egoismo en el obrar, condicionado por el egoismo de los demás:
“Si todos los hombres fueran honestos, este principio [no cumplir la palabra dada] no seria válido, pero como son perversos y no mantienen lo que prometen tampoco debe uno mantenerlo.”
Y el no menos importante:
“Son tan simples los hombres y tan sumisos a la necesidad de cada momento, que quien engaña encuentra siempre alguien que se deja engañar.”
- Actúa siempre por ti mismo cuando sea posible, nunca cuando no lo sea.
Se trata de una obviedad que, al detalle, Maquiavelo refiere a actuar para obtener algo:
“Es deseo muy natural y ordinario el de adquirir algo que no se tiene; alabaremos siempre a quien lo cumple si le es posible; pero el error está en empeñarse en poseerlo cuando no es posible.”
Por un lado, se deben medir las propias fuerzas, y por otro esperar el momento adecuado, principio que recoge Nietzsche, cuando se refiere a los límites de la voluntad, y también Sun Tzu, cuando menciona que las batallas se deben ganar antes de empezar.
Cuando se depende de fuerzas ajenas Maquiavelo advierte que dichas fuerzas pueden convertirse en rival, de ahí que siempre deba procurarse la acción con medios propios: el riesgo de un aliado para atacar a un tercero conlleva que el segundo –casi siempre, indica– se haga más fuerte:
“Acaba en ruina quien es causa de que otro se haga fuerte; porque la potencia ajena ha sido promovida o mediante la violencia o por ingenio: cosas ambas sospechosas a quien se ha hecho poderoso.”
Es decir, la potencia ajena al ser promovida con estratagemas sospechará siempre de su aliado.
“Solo son buenas defensas, seguras y verdaderas, las que dependen de uno mismo y de la propia virtud.”
- El conflicto entre los hombres es ineludible e inaplazable.
No sólo es inevitable, como indica en uno de sus párrafos más claros, sino que, criticando la prudencia” florentina” y su conocida táctica de dilación para “ganar tiempo”, antes valora la rapidez:
“Nunca debe permitirse un desorden para evitar una guerra, porque en realidad no se la evita, sino que se aplaza el conflicto con desventaja propia.”
Así pues, los conflictos no solo son inevitables sino inaplazables. Como ejemplo presenta la Romanización, cuyo arte de la guerra implicaba, a parte de una estrategia de aislar al enemigo y sus aliados, controlar los tiempos de paz y de guerra.
Más pronto se debe escoger bando. Declararse a favor o en contra de un aliado en una disputa que nos incumbe, es mejor que declararse neutral cuando los beligerantes son poderosos, dado que el vencedor sospechará de su lealtad, y el vencido despreciará su falta de ayuda.
El aliado pide siempre la intervención y el enemigo la neutralidad. Dado que la ayuda sin titubeos es considerada gratamente por los aliados, el vencedor debe observar ser justo al terminar el conflicto, dado que las victorias nunca son claras y puede necesitar de su ayuda.
Cuando el aliado es mucho más poderoso, no debe unirse para atacar a un tercero a menos que sea necesario, pues en caso de vencer se es prisionero del vencedor.
Sin embargo, en caso de plantearse un dilema, la respuesta es el menor de los males:
“No crea ningún Estado que siempre es posible tomar una decisión segura: sea quien fuere el aliado siempre persistirán las dudas. Porque en el orden natural de los acontecimientos, cuando se evita un inconveniente se cae en otro; la prudencia está en saber discernir dichos inconvenientes y tomar por bien el que sea menos malo.”
- Dividir, vencer, y mantener.
“Divide y vencerás” es una cita atribuida a Julio César que se aplica perfectamente a la guerra que expone Maquiavelo a lo largo de los caps. IV, V, VI, y VII, a la que también hay que añadir la siguiente apócrifa: “Vencer es una cosa, mantenerlo otra bien diferente.”
Vencer y mantener son acciones distintas y están relacionadas con las dos formas principales de organización a vencer: centralizada y descentralizada. En una estructura centralizada y piramidal (tal y como el imperio de Darío, el Turco, o cualquier dictadura totalitaria) es difícil dividir a sus mandos, más cuando han sido designados (y purgados) por el líder. Una vez conquistado, empero, es más fácil de mantener por la misma razón.
Por otro lado, una estructura descentralizada (tal como el reino de baronías de Francia, o cualquier federación o confederación con centros de poder repartidos) es más fácil de atacar pues siempre hay desavenencias entre los mandos y son fáciles promoverlas, empero es más difícil de mantener, pues siempre habrá mandos desleales que entren en rebeldía.
Maquiavelo resume los medios de conquista en: armas, méritos, fortuna, ayuda ajena, o crimen. La conquista por méritos se mantiene mejor que por fortuna, ya que esta es mudable. La conquista con ayuda ajena implica una serie de problemas. Por un lado, si se ha armado a la población, desarmarla puede mostrar cobardía o mala fe y despertar la malquerencia. Por otro, mantener armado un nuevo principado que es leal no es seguro, y debe mantenerse en la molicie y dejar los asuntos de armas en manos del propio ejército. Si el aliado está mejor armado, se incurre en un nuevo peligro por la suspicacia del propio ejército, y el desprecio de los aliados.
Vencer un país (grupo, empresa, departamento, etc.) libre es más difícil de mantener, dado que el grado de rebeldía depende de las libertades perdidas. En tal caso, las tres formas mantenerlo son: arruinarlo, habitarlo, o fomentando una oligarquía aliada.
“En verdad, no hay medio más seguro de posesión que la ruina. Y quien se adueña de una ciudad libre y no la aniquila, prepárese a ser aniquilado por ella, pues ésta siempre tendrá como enseña de rebeldía su libertad y sus antiguas leyes, cosas que no se olvidan por mucho tiempo que pase y muchos beneficios que se reciban”.
Maquiavelo se decanta por la colonización o el exterminio, pues si no se debe disgregar “extirpando” la coehsión de los ciudadanos, puesto que el recuerdo de las libertades perdidas perdura en el tiempo (el “abc” de cualquier dictadura fascista).
Finalmente, aunque no lo recomienda, se puede consolidar el poder venciendo enemigos débiles.
“El príncipe prudente instiga algún enemigo fácil de vencer con alguna astucia, para una vez vencido, obtener mayor grandeza”.
- La estabilidad en el poder se consigue mediante la paz
La paz se mantiene con buenos aliados, proporcionados por buenos ejércitos. Sin paz exterior no se alcanza la interior. Cuando se está en guerra la estabilidad se pone en peligro y puede estallar un conflicto interior.
Con todo, la mayor fortaleza es el apoyo del pueblo:
“Un príncipe necesita contar con la amistad del pueblo, porque de lo contrario no tendrá remedio en la adversidad.”
Y en otro lugar:
“La mejor fortaleza que pueda darse es el amor del pueblo; porque por más fortalezas que tengas, si el pueblo te odia, no te salvará nunca, pues a los pueblos nunca les falta quien les de armas ni extranjero que corra a ayudarles.”
El apoyo del pueblo se consigue mediante el buen gobierno. El gobierno de los estados depende de dos fuerzas sociales: poderosos y oprimidos. Los poderosos, cuando no pueden resistir el pueblo, eligen a uno de ellos para hacerlo príncipe y resguardar sus intereses. Cuando el pueblo no puede resistir a los poderosos, eligen un conciudadano para que les proteja de ellos.
“Quien llega al principado con ayuda de los poderosos, se mantiene con más dificultad que aquel a quien eleva el pueblo: porque el príncipe se encuentra rodeado por muchos iguales a él, por lo que no puede mandarles ni manejarlos a su albedrío. Pero quien llega al poder con el favor popular está solo y rodeado por pocos o ninguno que no esté dispuesto a obedecer. Además de lo dicho, no puede ofenderse a un noble sin ofender a los demás, cosa que no ocurre con el pueblo. Porque las intenciones del pueblo son más honestas que la de los nobles, que solo desean oprimir, mientras que el pueblo no aspira más que a no ser oprimido. Por otra parte, el príncipe nunca puede estar seguro del pueblo, que es multitud, y si puede estarlo de los nobles, que son pocos.”
Nuevos impuestos y leyes (lo que cuestiona el orden anterior) aporta defensores tibios (por temerosos de lo nuevo y los detractores) y férreos opositores. En todo caso, hay que saber si los defensores las apoyan autónomamente o si dependen de algo (o alguien), puesto que si son dependientes el apoyo no será tal.
“La naturaleza de los pueblos es mudable y es fácil convencerles de algo, pero difícil mantenerlos en su convicción.”
Y añade que cuando dejan de creer hay que hacerles creer por la fuerza.
En tiempo de paz se puede controlar a los súbditos entreteniendo las facciones en polémicas de “banderías”. Sin embargo, dicha política no es paz y demuestra su engaño cuando estalla la guerra, pues el bando más débil se puede unir a las fuerzas atacantes para vencer al bando más fuerte.
Sobre las facciones opositoras, aquella que está más necesitada es más fácil de conquistar, y se verá obligada a servir mejor a un príncipe que de ellos tenía mala opinión. De la misma manera, es más fácil encontrar aliados entre aquellos no simpatizantes pero que vivían bien, que entre los que se declararon en seguida amigos y le apoyaron.
- Actúa prudentemente, valorando la fortuna.
“Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a su lado lo que se hace por lo que se debería hacer aprende antes su ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la necesidad.”
Como humanista, Maquiavelo defiende la virtud como un “saber hacer” según las circunstancias, alejado del intelectualismo moral. La necesidad (y la fortuna) es la que obliga a obrar mal, y este obrar mal debe aprenderse. Como no se pueden observar todas las virtudes, la prudencia y el conocimiento de la fortuna deben ser las condiciones del príncipe “excelente”.
“El príncipe que no reconoce el mal en sus orígenes no puede llamarse prudente: esta es cosa que no se concede a muchos.”
Sin embargo, Maquiavelo no carece de ética. A diferencia de lo que se ha hecho creer, Maquiavelo excluye de la “excelencia” (no de la práctica) el asesinato y robo, el faltar a la palabra, o el carecer de piedad y religión.
Existen dos tipos de crueldad que marcan el distingo entre quienes merecen el perdón y los que no: la primera es una crueldad “bien usada”: “la que se lleva a cabo rápidamente, para lograr la firmeza del poder, y después no se insiste en ella, sino que se busca la mayor utilidad para los súbditos.” Se trata de una actuación resuelta breve. La segunda, la «mal usada«, es la que crece con el tiempo y no se extingue y hace imposible mantener el poder.
El quehacer del príncipe no debe cambiar ante incidentes buenos o malos, puesto que si su conducta cambia según la fortuna, o no es momento para hacer un mal, o un bien se le atribuye a la fortuna y no al príncipe.
- No confíes en quien piensa antes en si que en ti.
Maquiavelo recomienda confiar en los leales. Pero de quienes no demuestran adhesión (por falta de valor) confiar en el prudente y guardase del ambicioso y calculador, porque en la adversidad cooperará para la ruina:
“La primera conjetura que se hace de la inteligencia de un señor se funda en los hombres que le rodean; si son capaces y fieles, puede considerársele prudente, porque ha sabido conocerlos bien y conservarlos leales. Pero de no ser así, el juicio acerca del príncipe no puede ser positivo; porque su primer error consiste en esa elección.”
Hay que evitar los aduladores, que aconsejan cuando ellos quieren, puesto que pueden hacer cambiar la opinión y perder prestigio al príncipe. Hay que confiar en el consejo privado de los prudentes cuando se requiera y no cuando lo pidan los demás, y luego mantenerse firme en la decisión tomada.
“Conviene que los buenos consejos, vengan de quien vengan, nazcan de la prudencia del príncipe, y no la prudencia del príncipe de los buenos consejos.”
Así mismo, se debe aparentar interés por conocer la verdad de quienes le rodean. Pero nunca depender del consejo de uno solo, dado que este puede hacer perder el poder.
“Todos ven lo que pareces ser pero pocos sienten lo que eres. Ahora bien, esos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría, que además cuenta con los defensores de la majestad del poder. Y en las acciones de los hombres, mucho más en la de los príncipes, si no hay tribual al que apelar, se atiende al resultado.”
- Se debe evitar siempre la mala fama.
Evitar la mala fama e ingeniárselas para alcanzar fama de hombre grande y de excelente ingenio evita la malquerencia (ser odioso). Un dirigente odiado por el pueblo provoca conjuras cuando no se le satisface, pero si es querido el conspirador se echará atrás al ver que el pueblo no lo acepta.
La malquerencia nace tanto de las buenas como de las malas acciones, dado que el bien y el mal son relativos no hay por qué preocuparse por las censuras de defectos sin los cuales difícilmente puede salvarse el Estado.
Debe reservarse la concesión de gracias y beneficios, y delegar los asuntos ingratos y la administración para no atraerse la malquerencia del pueblo. Premiar a quienes quieren engrandecer el Estado, divertir el pueblo en las festividades, y acudir a las reuniones dando ejemplo de cordialidad y munificencia, manteniendo, empero la dignidad de su cargo.
El príncipe debe evitar aquellos vicios que puedan desposeerle de su autoridad, y alejarse de los otros. También debe observar las siguientes conductas:
Liberal o Moderado: es preferible la mala fama de ser considerado tacaño (aún siendo liberal sin que se note) que el odio y el desprecio que procura la ostentación de liberalidad que conduce a la corrupción.
Cruel o Piadoso: es preferible ser tenido por piadoso que cruel, siempre que la piedad no genere desordenes o impida mantener fieles y unidos los súbditos, dado que siempre se está a tiempo de hacer actos de benignidad.
Temido o Amado: conviene lo uno y lo otro. Amado si no le perjudica, pero en todo caso, mejor temido debido a la naturaleza interesada de los hombres, y al miedo al castigo que no los abandona, pero de forma que no genere odio, es decir, fundándose en sus propios medios y no en los de los otros. El amor comprado con dinero no puede poseerse en tiempos de adversidad.
Honesto o Mentiroso: no se debe cumplir la palabra dada si perjudica y si desaparecieron los motivos de su promesa, dado que los hombres son perversos y no mantienen las promesas. Se debe actuar como la “alegoría de la raposa (astucia para descubrir las trampas) y el león (infundir terror)”.
Circunspecto o Impetuoso:
“Yo creo firmemente eso: que es mejor impetuoso que circunspecto, porque la fortuna es mujer, y es necesario queriéndola doblegar, someterla y golpearla. Y se ve que se deja vencer más fácilmente por éstos que por los que actúan con frialdad; ya que siempre, como mujer es amiga de los jóvenes, porque son menos circunspectos, más feroces y la dominan con más audacia.”
- La fortuna se convierte en oportunidad cuando uno se adapta a los tiempos.
Para Maquiavelo, las causas no controlables de nuestro destino ocupan la mitad de nuestra libre voluntad: la fortuna. La representa como una riada inundando los campos que obliga a los hombres a hacer diques y canales para encauzar la próxima crecida.
La disparidad de la suerte depende de la cualidad de los tiempos, conformes o no con la conducta de cada uno. Por ello, no se puede depender del todo en la suerte.
Nadie sabe adecuarse a las variaciones de la fortuna por costumbre y temperamento. El hombre es incapaz de desviarse de sus inclinaciones naturales cuando se ha acostumbrado a un procedimiento que le ha sido útil, y difícilmente se convence de que conviene abandonarlo.
“El príncipe que no se apoya más que en la fortuna cae según que ella varía. Creo también que es dichoso aquel cuyo modo de proceder se halla en armonía con la calidad de las circunstancias, y que no puede por menos de ser desgraciado aquel cuya conducta está en discordancia con los tiempos.”
(Il gattopardo)
Decálogo
- Actúa de manera que el daño que causes no pueda volverse contra ti.
- La conducta del hombre es siempre interesada.
- Actúa siempre por ti mismo cuando sea posible, nunca cuando no lo sea.
- El conflicto entre los hombres es ineludible e inaplazable.
- Dividir, vencer, y mantener.
- La estabilidad en el poder se consigue mediante la paz
- Actúa prudentemente, valorando la fortuna.
- No confíes en quien piensa antes en si que en ti.
- Se debe evitar siempre la mala fama.
- La fortuna se convierte en oportunidad cuando uno se adapta a los tiempos.