Campo de retamas es la antología definitiva de lo que podríamos llamar el «pensamiento disperso» de Rafael Sánchez Ferlosio. Un espíritu crítico, de libertad envidiable (en palabras de Luís Mateo Díez), nada fácil para los no iniciados pero una caja de sorpresas para quienes no conozcan su faceta de filósofo.
La obra recopila los pensamientos del autor publicados anteriormente (La hija de la guerra y la madre de la patria, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos), corregidos, expurgados, variados y ampliados en los llamados «pecios unidos». El resultado es un compendio del «pensamiento ferlosiano» compactado y disponible a mano en «comprimidos» (en palabras de Fernando Savater, aunque tal vez habría que llamarlos anfetaminas) en la línea de autores de máximas y reflexiones como Gracián, La Rochefoucauld, Nietzsche, o Machado.
Dada la gran variedad de «retamas» que pueblan este «campo» estructurado en cuatro partes, no hay otro orden con el que guiar la lectura que un inicio, un final, y tres transiciones. Los pecios, a pesar de estar unidos, no están reconstruidos; no se desprende una estructura o forma general, sino que el contenido se diluye en la variedad, los niveles de profundidad/superficie, y los recuerdos. Lo único que nos advierte del sentido del pecio es una palabra o lema entre paréntesis que lo acompaña, y sin el cuál nos encontraríamos perdidos entre las retamas.
Con esto, los sistematizadores se decepcionarán al no poder abarcar razones directoras ni disponer de un índice temático con el que agrupar los pensamientos por tema. Pues hay que advertir que la obra de Ferlosio, como su propio estilo o su biografía (ver más abajo), no se deja atrapar. Su antiencasillamiento, a veces denominado extravagancia, es su propia fuerza, aunque su pereza reconocida sea la justificación de una obra escurridiza con la que pretende disculparse un autor sutilmente irónico.
Y es que tanto la escritura de máximas, así como los pensamientos dispersos, son ideas estancas no sujetas a sistematización. Dichas figuras de pensamiento responden, en unos casos, a cuestiones de estilo, y en otros, a cuestiones más prácticas. Recordemos que los pensamientos de Nietzsche resultaron en parte por la incapacidad visual de fijar demasiado la vista sobre el papel. Ferlosio ha llenado miles de hojas con sus pensamientos que ahora empezaría a recopilar (ya que según sus propias palabras, tan sólo ha publicado una pequeña parte de sus textos); añadir que, probablemente, se deba a la incapacidad de poder estructurar el todo errático en uno sistemático; o tal vez, sólo se trate, nuevamente, de sana pereza.
Puede que, en este sentido, Carlos Prieto (El cultural), aporte alguna pista biográfica sobre la irregularidad de la obra ensayística de Ferlosio. En el siguiente enlace se puede leer una cómica biografía de su mano en el blog Animales de compañía.
Con aliento largo, un trabajo de orfebrería sintáctica a diversos niveles de subordinación (las llamadas hipoxtasis) entre lo espontáneo y lo corriente se combina con versos cortos, ideas sencillas y textos largos. Los pecios están grabados con punzón y siguen la forma del arabesco hasta llegar a la frase o pensamiento «clave» que permite ver su forma completa; pero como los arabescos, intentar atrapar el conjunto de formas marea y confunde. A veces se encadenan siguiendo un tema o forma que no suele alargarse más allá del tercer pecio.
Lo que se entiende como profundidad se ataca como fraude, fetiche y servidumbre. La razón es no dar juego ni al hermetismo ni a la sacralización del lenguaje, origen de la necedad y la obediencia. Por ello, con leve ironía Ferlosio nos advierte de si mismo, de tomarlo en serio, de sacralizarlo, y al final de la obra defiende el uso de una crítica exenta de profundidad de la mano de Edgar Allan Poe; usando el método de Monsieur Dupin (El Auguste Dupin del misterio e Marie Rogêt) defiende la comparación de declaraciones de distintas fuentes y periódicos para hallar en el contraste de dichas superficialidades la «ideología represora» que las promueve. Usando este método «analógico-superficial», aunque nunca nos libremos de la sensación de que juegue con el lector, Ferlosio indica que la verdad no se oculta, sino que está frente a nuestras narices, en las contradicciones de los discursos en los que vivimos inmersos.
El valor del pecio está en el tratamiento de su contenido: es decir, la sospecha, el revelado del truco, el descubrimiento de la ilusión. Porque si algo se puede aprender de esta antología, más que algunas máximas ingeniosas, reversos inopinados, o chascarrillos, es la actitud crítica de la sospecha, de huida del discurso oficialista, de la declaración política y de la actitud autocomplaciente; pues no sólo no hay nada nuevo bajo el sol, sino que seguimos siendo igual de humanos, aunque algo más ciegos e idiotas.
Quienes hayan leído Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado, encontrarán la recurrencia de algunos de sus principales desarrollos. Comparando ambas obras, con unos treinta años de diferencia, pueden indicarse algunos temas preferidos del autor: el papel del estado «deportivo», la crueldad el «dios» de la Historia y del progreso, la justicia como estructura de control social, la ideología represora, el fariseísmo como moral perversa, entre otros. Además, Campo de retamas incluye una sutil crónica política y sentimental de la España de esa democracia que aún no se libera de su pasado, y que contiene algunas «perlas» dedicadas a unos pocos de sus protagonistas, o a los estereotipos «patrios».
Y a propósito de lo patrio, les invito a leer algunos de rabiosa actualidad:
La nación débil esgrime argumentos pragmáticos para acogerse a la sombra de la nación fuerte, pero ésta, por su parte, apela a argumentos morales para imponer su hegemonía sobre aquélla.
(Palabras-fuerza) No hay razón sin palabras, pero tampoco puede haber sin ellas fanatismo. En la palabra se manifiesta la salud de la razón, pero, a su vez, el fanatismo siempre aparece como una enfermedad de la palabra, una especie de inflamación absolutista de los significados. Toda predilección por una palabra en sí, al margen de un contexto, es un temible síntoma de predisposición al fanatismo.
… la expresión del poder excede siempre la realidad del poder mismo.