El papel de un escritor es un papel bastante vano; es el de un hombre que se cree en grado de dar lecciones al público. ¿Y el papel del crítico? Es más vano aún; es el de un hombre que s cree en grado de dar lecciones a quien se cree en grado de darlas al público.
El escritor dice: «señores, escuchadme, puesto que soy vuestro maestro.» ¡Y el crítico! «Es a mí, señores, a quien hay que escuchar puesto que soy el maestro de vuestros maestros.»
Por su parte, el público toma partido. Si la obra del escritor es mala, se burla de ella; igual que de las observaciones del crítico si son falsas.
Tras lo cual, el crítico exclama: «!Oh tiempos!, ¡oh costumbres! ¡Se ha perdido el buen gusto!» Y ya se ha consolado.
Por su cuenta, el escritor acusa a los espectadores, a los actores y a la camarilla. Llama a sus amigos; les lee su obra antes de representarla: está destinada al triunfo. Pero vuestros amigos, ciegos o pusilánimes, no se atreven a deciros que es una pieza sin carácter, sin personajes y sin estilo; y creedme, el público casi nunca se equivoca. Vuestra obra fracasa porque es mala.
La crítica se comporta de modo diverso con los vivos y con los muertos. ¿Ha muerto un escritor? Se encarga de destacar sus cualidades y de paliar sus defectos. ¿Vive? Lo contrario: destaca sus defectos y olvida sus cualidades. Y esto tiene una explicación: se puede corregir a los vivos; con los muertos no hay nada que hacer.
Sin embargo, el censor más severo de una obra es el propio escritor. ¡Cuánto se mortifica a sí mismo! Sólo él conoce el defecto secreto; casi nunca es el que señala la crítica. Esto me ha recordado a menudo lo que decía un filósofo: «¿Hablan mal de mi? Ah si me conocieran como yo me conozco…
Los escritores y los críticos de la antigüedad empezaban por instruirse; no entraban en las carreras de letras hasta no haber salido de las escuelas de filosofía. ¡Cuánto tiempo guardaba el escritor su obra antes de darla a conocer al público! De ahí esa corrección que no se debe más que a los consejos, la lima y al tiempo.
Nosotros nos preocupamos demasiado por publicar: pero quizá nos falta inspiración y honestidad cuando cogemos la pluma.
Denis Diderot
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