Vacaciones morales en Europa

Se ha instalado la impresión de que el pragmatismo es la opción que mejor se acomoda a este siglo XXI, donde las circunstancias actuales, desde la segunda mitad del siglo pasado, se vuelven tan “líquidas” que no hay idea que sobreviva fija al río global. En Europa, la política ha girado hacia el pragmatismo político; asistimos a reacciones y declaraciones que se apartan de los idearios y se acomodan a las circunstancias como vía de escape a la muerte o inutilidad de las ideas.

Por pragmatismo se entiende “ser práctico”, o “tener sentido común”. William James, psicólogo y uno de los divulgadores del pragmatismo filosófico norteamericano, nos ofrece una respuesta que puede encontrarse en uno de aquellos libros de la editorial folio, pongamos por caso, que los estudiantes pre-bolonia aún recordamos.

Pragmatismo. William James. (Ed. Folio)

Pragmatismo, de William James

James dio ocho conferencias que tuvieron lugar en Boston y New York, entre 1906 y 1907, en las que se expuso la filosofía pragmatista (de pragma, acción) que no es sino la antigua filosofía del sentido común —tal y como defiende el subtítulo de la obra: un nombre nuevo para algunas formas de pensar antiguas—. El concepto no es originario de James, ya que Charles Pierce y John Dewey lo habían acuñado el término mucho antes (1878), pero James analizó las consecuencias morales y metafísicas, y propuso algunas soluciones no exentas de polémica.

El pragmatismo no es una postura radical. No defiende ideas objetivas o absolutas, pero tampoco niega los conocimientos (puesto que las nuevas ideas se acomodan a las creencias o conocimientos previos), sino que los “armoniza” para que puedan, de alguna forma, coexistir dentro de los límites de la experiencia. Dicho de otra forma, el pragmatismo se coloca en los límites de la razón práctica, entre el espíritu delicado —racionalista—, y el espíritu rudo —empirista—, pero sin el dogmatismo ni el escepticismo de ambas posiciones.

El problema principal del pragmatismo es: ¿qué es la verdad, y para qué sirve? La respuesta es simple: todo lo verdadero es aquello que pueda ser verificable mediante la experiencia y tenga una utilidad que lo justifique. Es útil porque es verdadera, y es verdadera porque es útil. En consecuencia, toda idea es verdadera mientras la corrobore la experiencia que la produjo, e implique poder de actuación sobre el mundo. Cada forma de pensar es un modo de adaptación a la realidad.

Así expuesta, la verdad es un proceso; se va haciendo. Para que algo sea verdad debe superar un proceso de verificación y de validación. Pero éste requiere que nuestra conducta se oriente hacia lo que vale la pena, es decir, que nos permita hacer nuevas conexiones con hechos ventajosos y nos permita tratar con la realidad adaptando nuestra vida a su marco. Por ello, la experiencia posterior a la idea es imprescindible para validarla, aunque sea ésta indirecta, o potencial. Las verdades se validan sobre viejas verdades que han dejado de ser útiles, y así, también de las experiencias validas surgen nuevas ideas. Estas verdades son tales porque valen la pena y aportan una retribución, como la riqueza o la salud.

Sin embargo, el pragmatismo no aporta nuevo conocimiento, pero tiene dos ventajas: la primera es orientar la actitud hacia los hechos, y la segunda, suavizar las disputas entre dogmas trazando consecuencias prácticas en caso de que fueran o no ciertos. Por ejemplo, si entre dos ideas contrarias no existe ninguna diferencia práctica, el pragmatismo niega que ambas ideas sean diferentes u opuestas; o dicho de otro modo: las hipótesis inverificables, o que dan el mismo resultado, son igual de válidas dado que no cambian la experiencia en caso de ser ciertas o falsas.

La ética pragmática podría resumirse de la siguiente manera. Lo que es verdadero es una especie de lo bueno —lo ético—, porque es útil (nos da una ventaja que antes no conocíamos) y, por lo tanto, nos conviene, siempre que no contradiga otra ventaja vital. Este es el llamado sentido común de la experiencia, que se remonta a Sócrates y a Aristóteles, sobre todo.

William James

Las vacaciones morales

William James define el término “vacaciones morales” para definir la indiferencia que sentimos por el mundo, que sigue sin nosotros mientras nos consolamos en la creencia en nuestras ideas absolutas.

Hoy resuena un eco de «vacaciones morales» en el que la fe en un mercado o una Europa infalibles nos consuela y nos hace indiferentes frente a las catástrofes ajenas. Sin embargo, parece tener más éxito político la acepción literal de dicha expresión, es decir, como un lapso determinado por las circunstancias donde se puede actuar al margen de la norma.

Este punto de vista no defendido por William James, pero en cierta medida pragmático si aceptamos que saltarse las normas es bueno si es útil y verificable, es la esencia misma de la realpolitik. Es precisamente la suspensión de la moral —o de la ideología— durante un tiempo, lo que permite acomodar la nueva realidad a la práctica dejando de lado las viejas ideas. Sin embargo, el pragmatismo político sólo se parece al filosófico porque, en realidad, responde a motivaciones distintas: el poder en el primer caso y la utilidad (pública o privada) en el segundo. Aunque se parece en sus efectos, se trata de diferenciar entre Maquiavelo y John Stuart Mill, a quien William James dedica sus conferencias. James defendía que para la existencia humana es necesario tomarse alguna vez “vacaciones morales”, pero lo decía en el sentido de la búsqueda de consuelo dentro de las creencias de uno mismo, abandonando la inseguridad del mundo social.

Pragmatismo político europeo

La suspensión de la ideología durante un tiempo, actitud que recuerda a la del juego, para obtener una ventaja de la experiencia acumulada, sitúa el pragmatismo, en realidad, muy cerca de la acción política del partido liberal, cuya liberalidad se define precisamente por la iniciativa privada y la libertad individual frente a la ideología.

España es hoy un escenario pragmatista: si la investidura no es posible, la pugna se ordenará en nuevas elecciones. Los poderes desean superar el conflicto, pero matemáticamente hoy no es posible sin un pacto entre poderes que defienden ideologías oponibles. Como estas contradicciones parecen —por el momento— irreconciliables, los partidos toman posiciones para sumar escaños o votos. Sin embargo, ante el miedo a unas nuevas elecciones, los partidos que se ven, o se saben débiles, es decir, los partidos que tienen más motivos para creerse perjudicados por nuevas elecciones, o que necesitan de otros partidos para gobernar, se orientan hacia el pragmatismo. Nos encontramos, pues, conservadores negociando con socialistas y estos con liberales en contra de lo que anunciaron durante la campaña y, repetidamente, durante las entrevistas televisadas.

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez y el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante la firma del acuerdo de investidura. (www.elconfidencial.com)

Estos partidos se aplican unas “vacaciones morales” para acomodarse a la investidura, y permitir entrar a cualquiera que este dispuesto a renunciar a su ideario, temporal y selectivamente. El objetivo es evitar el desgaste de nuevas elecciones con la creación de un centro pragmatista para mantener el control de la investidura. Los viejos socialistas no echan ascos a que Pedro Sánchez pacte con su oponente en una demostración más de que el PSOE es, en realidad, un partido que puede tomarse vacaciones morales. Dicho de otro modo, un partido de práctica liberal. Por su lado, la ideología conservadora del PP, como el socialradicalismo de PODEMOS, están más predispuestos a ir a la contienda.

La renuncia temporal al ideario sitúa la práctica socialdemócrata europea en las mismas posiciones que la de los liberales. En el caso español, además, las tensiones territoriales y financieras llevan a actuar a los socialistas conjuntamente con los conservadores (como en el caso del Parlamento Europeo). Está por ver si en España el conservadurismo también se tomará unas “vacaciones morales”, o si, por el contrario, está dispuesto a vencer a sus oponentes en unas nuevas elecciones.

El fin de una Europa que no llegamos a conocer.

Desde el fin de la política de bloques, hemos asistido, primero, de la mano del laborismo británico, y luego, por el mismo zapaterismo, a la derrota de las ideologías frente la utilidad; se trata del triunfo del estado de confort ideológico, político o moral, frente al conflicto de la dialéctica histórica. El pragmatismo político no creará una nueva idea de España, ni de Europa, ni pretenderá cambiar estructuras, porque eso implica superar e integrar contradicciones, asumir riesgos y errores; el pragmatismo europeo acomodará los partidos en una zona confortable en la que se pueda actuar al margen de sus idearios, siempre que sea útil. Verificable y útil. ¿Pero para quién? ¿Para quiénes? Esa es la cuestión.

En todos los casos, allí donde triunfa el pragmatismo se tiene la sensación de que se supera un obstáculo, pero me temo que esto no es así. No es lo mismo superar un obstáculo que resolver un problema. El pragmatismo requiere de una dosis de escepticismo por ambas partes, y con ésta se renuncia a una parte de la realidad; si el sentido común nos da mayor confort siempre será a costa de algo, y ese algo es a cambio de vivir únicamente en el presente, olvidando un futuro (que existe en la creencia) y el pasado (nuestra historia y nuestra moral), y para los que aún creen en la democracia representativa, a costa de la decepción que provoca la falta autenticidad y liderazgo en los representantes.

Otro ejemplo. Ante nuestras pantallas desfilan los cadáveres hinchados de la crisis de los refugiados sirios. El asunto, ya se ha dicho, nos retrotrae al pasado y nos impulsa a dudar de nuestros valores y nuestro futuro. Por un lado, indigna que esta situación haya vuelto a pasar, y por otro, nos decepciona el futuro hacia el que Europa se tambalea, si es que ha existido alguna vez esa Europa de la que alguna vez oímos hablar. Puede que hoy Europa resulte menos útil (y verificable) de lo que pensamos, dado que la resolución del problema no es realizable a causa del bloqueo político del sistema de membresía europeo, y la falta de una decisión ejecutiva convincente. En realidad, la solución ya fue acordada. Sólo hay que seguir lo que dicen las resoluciones y la carta de los Derechos Humanos.

Mientras que las reuniones y cumbres de refugiados evidencían la incapacidad ejecutiva de Europa, por otro lado, la conmoción que ha provocado la fragilidad de un niño con una sola fotografía ha hecho mucho más por conmovernos y empujarnos a resolver el problema. Es un hecho que da que pensar. ¿Nos hemos olvidado de las emociones? ¿Otra vez? Si Europa no se atreve a salir de su zona de confort y las ideologías fracasan dentro de su laberinto político y regional, ¿cuál será el futuro? ¿De quiénes? Pregúntese luego. ¿Qué lección sacaremos de aquí? Pero, sobretodo, recuérdese que Europa se está jugando su pasado.

Refugiados sirios esperan cruzar desde su país la frontera que les separa de Turquía, (http://www.elnuevoherald.com/)

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