El estilo y la cultura

A veces me sucede una especie de “lectura relámpago”: soy lector lento pero debido al insomnio, en este caso, o a un deseo impreciso de sistematización entre libros leídos y por leer, me lanzo a por uno escogido al azar, febrilmente, durante unos días. Y hacía tiempo que guardaba El estilo y la evolución de la cultura.

La obra es una recopilación de dos obras menores del antropólogo cultural Alfred L. Kroeber, tituladas: Style and civilizations, y A roster of civilizations and culture (póstuma). Conferencias y apuntes recopilados y traducidos por la editorial Punto Omega para una colección universitaria (la edición es de 1969).

Hoy en día, a los 58 años de su muerte, se le conoce más por ser el padre de Úrsula Kroeber Leguin, la afamada escritora de fantasía y ciencia ficción que por ser pionero de la antropología norteamericana (el segundo estudiante americano en doctorarse) y defensor del relativismo cultural, así como de las culturas indias norteamericanas; también se adentró en la arqueología y brevemente en el psicoanálisis. Autor prolífico, sus manuales fueron de uso universitario durante los años veinte y treinta. Se le atribuye, además, poner de moda la barba entre los antropólogos de su generación.

Pues bien. Qué tiene que ofrecernos este coetáneo de Aldous Huxley? No soy un especialista en la materia así que me limitaré a reseñar aquello que me ha llamado la atención.

Alfred L. Kroeber, anthropologist, circa 1907. [Reeddit]

Las humanidades

La antropología es la más humanística de las ciencias y la más científica de la humanidades.

Los malos estudiantes aprendíamos por repetición. Una práctica incomprensible era empezar un comentario por el contexto histórico. ¿Para qué si lo que me preguntan es la alegoría de la caverna?, ¿o el romanticismo? ¿Era tan sólo un relleno que daba dos puntos?

Al parecer sí que hay una razón: existe una correlación entre los hechos históricos y los cambios en los estilos. Kroeber lo ilustra mediante un análisis de la moda femenina a lo largo de la historia contemporánea. Defiende que las tensiones históricas acompañan cambios estéticos: contra un estilo básico –normalizado— se lanzan ataques o modificaciones, como el caso de las vanguardias, o los movimientos literarios o artísticos.

Lo importante es que los cambios culturales puede reflejarse en el estilo. De ahí la importancia del contexto histórico y el ambiente cultural que influye en las ideas y valores del artista. Pero la historia no sólo está vinculada con el estilo de las artes, sino también con el “estilo” de la filosofía y la ciencia, porque para Kroeber las tres siguen el mismo patrón de desarrollo; y al proceso de avance de las ciencias conocido por “falsacionismo” Kroeber lo llama “reinterpretación”. La única excepción, empero, es la técnica, o tecnociencia: esta sigue otros procesos acumulativos y utilitarios.

Fondo y forma

Otra cosa que no comprendíamos era por qué hay que dividir el tema en “fondo” y “forma”. Como mnemotécnica era útil, pero les dábamos el mismo valor. Y luego había que hablar de algo llamado “estilo” que era imposible encontrar y había que copiar de la enciclopedia.  

Para Kroeber, el estilo es el conjunto de valores estéticos “no utilitarios” que residen en la forma de las producciones culturales y permite distinguir los periodos y las áreas. Todo estilo trata un qué con su cómo. Si bien es cierto que hay artes que integran ambas (la Ópera), es la forma y no el fondo lo que permite distinguir las culturas. Así, un estilo trata “algo” concebido y expresado de cierta “manera”, mediante la ejecución de una técnica (apartado del examen que quedaba vacío ya que nos centrábamos en el tema de donde se podía rascar más puntos).

Tal vez el origen de este fracaso escolar estuviera en los planes y de clases “prácticas”. No negaré que muchas materias nos aburrían y las cursábamos por inercia, ni que había profesores que nos hacían pensar. ¿Pero si uno no cuece la arcilla, o no palpa su textura con un lacado, o no debate, o no practica el método científico, cómo entonces puede saber la importancia de las técnicas o los métodos?

La ley del péndulo

The first job a declinist book has to do is explain why the previous books were wrong.Illustration by BARRY BLITT. [The New Yorker]

Sí, el hombre proviene del mono. Eso lo sabíamos todos aunque fuera una falacia. Pero lo que nadie sospechaba era que el evolucionismo estructura el conocimiento de todas las ciencias a partir de la segunda mitad del siglo XIX: todo, en perspectiva temporal, evoluciona.

Hoy sorprende oír que los creacionistas, esencialistas, estatistas o como demonios se quiera llamar a la opinión contraria al evolucionismo. Pero cuando estudiábamos, los conceptos parecían estados, fijos y esenciales, lo cual impedía establecer relaciones de temporalidad o de causalidad. Más bien analogías. Y aun no comprendíamos qué significaba la palabra proceso, y menos la de sistema.

La cultura responde a procesos socioculturales lo que implica sociedades e ideas en movimiento; de aquí que a menudo se compare la cultura con la genética: los estilos, como los individuos de una especie, poseen una historia, siguen unos ciclos, tratan especies y géneros, se someten a selección y cambios superestructurales sobre una base, aunque se desconozcan los mecanismos por los que se dan dichos cambios.

Dicha evolución seguia lo que algunos profesores llamaban “ley del péndulo” y que Kroeber llama “polaridades contrastantes”. Está bastante aceptado pese a no ser una ley, porque es útil para determinar periodos de estilo, si bien cada autor adapta a su sistema con su lenguaje específico (olas, mareas, contrarios: ethos-pathos, realismo-idealismo, etc.). Kroeber no va más lejos de llamarlas tendencias predominantes.

Los genios y el resto

En un sentido los hombres hacen un estilo; en otro, ellos mismos son productos de ese estilo.

Otro de los sesgos o errores escolares era creer que los artistas/filósofos/científicos son una nómina de genios que inventa cosas de forma “atemporal” dado que el genio se planteaba como una especie de superhéroe desde el nacimiento. A algunos profesores se les olvidó explicarnos que todo artista nace en una tradición y se forma por interacción con sus coetáneos. Y lo que se llama tradición no es una institución con domicilio fijo, sino las obras y problemas de sus predecesores. El creativo, pues, interacciona o se aísla en el medio sociocultural; y puede influir, pero recibe influencias, reproduce estilos, y en el caso de los genios los integra y los supera, haciéndolos evolucionar.

¿Entonces, qué hacer si ya está todo inventado, o son los otros quienes inventan? Esta duda surge cuando hay prisa por llegar a donde aún no se sabe; y es propia de los cursos de literatura comparada, escuelas de escritura, o cualquier disciplina que trate una tradición: la creatividad se relaciona con la dinámica cultural de los grupos sociales.

Existirían dos procesos observables: a) evolución gradual, y b) estancamiento por repetición de estilos o agotamiento de valores. Históricamente las culturas han pasado por ambos procesos dadas una serie de factores, entre los que la religión y el gobierno han actuado como conservadores, si exceptuamos las revoluciones políticas o religiosas. Lo que llamamos decadencia cultural viene dada por el cambio de valores y un empeoramiento de las técnicas.

Para mí, una buena respuesta ante la originalidad es la actitud de Julio Cortázar frente a Rayuela: “cosas como la consagración universal me son profundamente indiferentes” (A Punto, RTV). Y es que quizá la idea de ser original no está querer ser una punta del estilo (esto es el canto de sirena que acaba naufragando todo creador) sino más bien deberse a una problema del ambiente cultural del momento y superarlo desde la comprensión propia del problema, no como un adorno. Por supuesto que todo ataque a la tradición provoca reacciones en los defensores de lo “normalizado” (véanse las opiniones del nobel Vargas Llosa sobre Rayuela).

Por descontado que no está todo inventado porque siguen sucediendo “hechos”, pero tenemos esa sensación cuando nos estancamos, cuando no podemos ver el problema desde fuera del mismo. Tal vez haya que preguntarse qué papel tienen ahora los gobiernos, el mercado y sus mecenas, los resabios morales y sus acólitos de las redes sociales. También  cabe preguntarse hasta que punto un creador hoy conoce el trabajo de sus antecesores y en qué sentido le plantean un problema.

Aunque creamos en la posmodernidad como en el fin de la evolución y los estilos culturales, como una especie de estancamiento global de la cultura conformado de “manierismos” y “eclecticismos”, esto no impide que podamos ser originales. Si estamos en la posmodernidad hasta dentro de décadas o siglos los antropólogos culturales no hablarán de una “transición” o una base sobre la que “se estructuró” una nueva etapa.

Otra de las fantasías perpetuas es si la genialidad se crea o se nace con ella. Kroeber indica dos factores: a) las dotes innatas del artista y b) el ambiente cultural en el que vive. De hecho, Kroeber opina que sin el ambiente que propicia una interacción entre agrupaciones de “artistas” —constelaciones las llama— de un periodo y lugar concretos no puede surgir el “genio”. Un genio, es pues, el resultado de un proceso cultural que marca un hito en “la curva del estilo”.

Kroeber habla de interculturización en 1958 lo que hoy resuena a globalización, multiculturalidad y sus consecuencias (como las de aquella sociedad líquida de la que habla Zygmunt Bauman): Kroeber advierte que las artes visuales (y aun la música) se están interculturalizando (en 1958) de las cuales Picasso es el ejemplo viviente. Otras artes como la literatura son más restrictivos por la vinculación entre la lengua a una área cultural.

A este particular dedica unas páginas a la poesía, la cual define como un arte que impone la estructura formal sonora al sentido del texto; mayormente verso y prosodia distinguiéndose en grados del “habla normal” —como el verso libre, blanco, o por ejemplo, de un poeta como Walt Whitman, o la poesía antigua del próximo oriente. Cabría preguntarse hoy, sesenta años después, si la poesía ha cambiado lo suficiente desde sus orígenes independientes en China, India y Grecia, como para considerar el verso libre como un estilo propio.

Y hablando de genios literarios, a diferencia de Picasso, Kroeber le reserva a James Joyce el papel de genio “por despecho”. Joyce es colocado entre los dos fuegos de sus críticos y detractores: entre la genialidad de una curva del estilo, y el egoísmo psicopatológico destructivo; Kroeber no duda de su talento, pero su trayectoria lo desvía de la evolución del estilo literario inglés hacia la ruptura y su substitución por un estilo propio y ultrapersonal.

¿Qué pone en tu DNI?

Era difícil hacerse una idea de lo que significaba la multiculturalidad en los años 1990 de este país. Tal vez, existía una idea anterior en los guetos o barrios dormitorios de ciudades densamente pobladas por la migración como Barcelona, Madrid, o L’Hospitalet. Sin embargo, desde el 2000 hasta esta parte, hemos ido comprendiendo el cambio a escala global. Además, los viajes low-cost o las uniones suprarregionales, así como las tecnologías, nos ha permitido un mayor el contacto e intercambio con otras culturas.

Seguimos usando áreas culturales para identificar el “nosotros” del “ellos”, y distinguir unos rasgos de otros. ¿Con qué propósito? Cuando se trata de distinguir estilos no hay problema. Cuando hablamos de política o sociología ya es otra la cuestión.

“¿Qué pone en tu DNI?” formulada como pregunta retórica revela un código para indicar “al otro” su pertenencia al “nosotros”, pertenencia administrativa que se confunde con el sentido cultural de diferencia, mucho más profundo. Yo soy vasco, gallego, español, catalán, cubano, o alemán indica la relación del yo con un gentilicio, pero el verbo ser es copulativo, y enlaza un sujeto con un atributo, es decir, que sin este no hay significación: es una relación, una forma.

El problema del “yo soy” es que no aporta más información que la del sujeto con su atributo próximo. Otros prefieren usar el “sentir” como un substituto del “ser” para hablar del sentimiento tribal frente al de pertenencia administrativa: me siento vasco,  gallego, español, catalán, cubano. Dicho sentimiento tribal o de pertenencia es propio de todas las culturas. En política la formulación es más simple: se habla de naciones y estados.

Kroeber no aborda el aspecto sociopolítco. Es un antropólogo cultural del periodo de entreguerras. Pero sí la evolución de las civilizaciones y la preocupación occidental por establecernos frente la de “ellos”, preocupación que no ha disminuido hoy y que se remonta a los orígenes de la filosofía de la historia.

Pues bien. Kroeber analizaría la religión, leyes, sus costumbres, su evolución (sus fases y áreas —como las épocas doradas, o las zonas de transición—), o la relación políticoeconómica, pero sobretodo, la más sensible, la estético-ideológica: el estilo.

Según la incompleta A Roster of Civilizations and Cultures, habrían 5 áreas continentales, y varias docenas de civilizaciones tanto existentes como desaparecidas. A escala europea sólo dos existentes, preestructuradas a finales de la Alta edad Media: Occidente y Rusia. “Nosotros” estaríamos en el área cultural 2C:Iberia. Cristalizada en Portugal, España y Cataluña.” No hay más indicaciones. En lo referente a las excolonias pertenecen a un área cultural propia dentro de Occidente, matizada por los grados de conservación preeuropeos.

Por su definición de área cultural, Iberia pertenece a las “regiones de una cultura común o relativamente similar” concepto no es estático, sino que define un dinamismo (parece que desde fuera se nos ve mejor integrados culturalmente que políticamente). Además, el 2C tiene resonancias peninsulares en el llamando iberismo (sea cultural o político) que con sus matices han defendido autores tales como Saramago, Unamuno y Joan Maragall.

Los pontífices

Esta preocupación por el futuro, o por los medios para evitarlo, solo sirve para perturbar nuestra comprensión del pasado y el presente.

En 1993 surgió la hipótesis de Samuel Huntington, El choque de civilizaciones, como una reinterpretación del momento geopolítico presente, contrario a la de El fin de la historia y el último hombre de Francis Fukuyama. Eran los tiempos de la Guerra del Golfo, de las guerras balcánicas, del proceso de unificación europeo y la caída del campo comunista, que precedieron las guerras de Afganistán e Irak, y que provocaron el auge del terrorismo global. En este contexto muchos nos preguntamos si la hipótesis del “choque de civilizaciones” no seria una coartada académica para mantener un modelo socioeconómico imperialista.

Dejando de lado las opiniones que tuvimos —o tenemos—, dicha interpretación ha tenido varios predecesores. Por eso, echar un vistazo al estado de la cuestión en 1958 revela que el hombre se siente dominado por una interpretación política de la cultura; mas aún, cuando se agita el conflicto económico con Oriente y su dominio económico-militar; y la guerra comercial entre EUA y China parece que también se adapta a este “choque” como un guante.

Asimismo, las obras de una rama de periodistas y politólogos neoliberales como Robert D. Kaplan, quienes parecen estar imbuidos por la “razones de estado”, “destinos manifiestos” o el espíritu spengleriano de comienzos de siglo XX; de hecho, en algunas de las entrevistas hechas a Kaplan sorprende la fe en que toda civilización es una cultura total con vida propia por encima de sus procesos más simples, imbuidos con una especie de fuerza “de la historia” que la autojustifica.

En otros ámbitos, historiadores, políticos y economistas se sienten atraídos por el vaticinio del pontífice máximo. Me recuerda las predicciones de Ignacio Niño Becerra, o aquella obra heterodoxa llamada La matemàtica de la història, de Alexandre Deulofeu, y que tras los acontecimientos de 1-O en Catalunya (más la crisis de deuda y el bloqueo de la política), ha recibido nuevo interés por sus predicciones (la civilización española terminaría un fin de ciclo de 1700 años sobre el año 2029).

Kroeber repasa sus predecesores y coetáneos: Danilevsky, Spengler, Toynbee, Collingwood, Coulborn y Sorokin. Los dos primeros creían en la decadencia inminente de Occidente y el papel de Rusia (el primero) y Alemania (el segundo) para su regeneración (y su caída en 2200); Toynbee, a pesar de ser menos idealista poseía sesgo moral y defendía que el fin de Occidente “se podía evitar”; Coulborn, que las culturas siguen ciclos de decadencia y reanimación, y que el fin de una civilización empieza por lo intelectual, pasa al arte, y termina en la política.

Por otro lado, Sorokin y Collingwood considerarían que los ciclos así como las culturas son construcciones de sesgo cognitivo que nada nos dicen sobre la realidad física de la historia. Kroeber, por su parte, adopta una postura relativa: viene a decir que se puede conocer mejor las culturas y sus dinámicas porque la condición que las hace posibles, el lenguaje y el estilo, son visibles y por tanto medibles; pero de aquí a extraer leyes universales sólo cabe invocar al sentido común antes de aquellas supuestas “fuerzas inmanentes” de la historia.

Supongo que el ser humano nunca podrá ser ajeno al vaticinio mientras tenga conciencia del pasado, y por tanto, del futuro. Kroeber advierte del la tentación de pontificar.

El mensaje en una botella

Si has llegado hasta aquí eres de los pocos que hoy en día se toma la molestia de leer lo que algunos nos empecinamos casi de forma insconsciente en transmitir las voces de los muertos; esto queda muy romántico, aunque encontré otra metáfora más apropiada sobre el papel del conocimiento hoy: “el mensaje en una botella.”

La imagen funciona perfectamente. La botella contiene un mensaje, y el envase, su soporte, —hoy el blog, ayer el libro—, es el continente. Flota por las redes hasta que uno topa con ella por casualidad, o explorando en una zona de una respuesta. ¿Cuál será su efecto? ¿Tendrá alguna influencia? Eso solo lo podrá decidir quien la encuentre.

¿Qué nos dice la botella de Kroeber? Nos recuerda que frente a las actitudes spenglerianas o huntingtonianas de algunos periodistas o politólogos, existe la actitud del antropólogo que defiende los límites de la civilización son los procesos culturales antes que las razones de estado.

También que la cultura y civilización son sinónimos, no de etnocentrismo, dado que las diferencias culturales no son morales ni económicas sino de contenido –estilo—, ponderadas respecto al conjunto; que las civilizaciones-culturas pequeñas también lo son. Que las culturas no son ideas fijas. Y a propósito de esta ecumene intercultural, que ser relativos no significa obviar las diferencias sino todo lo contrario, destacarlas, dado que la cultura influye en otra precisamente por su estilo.

KROEBER. A.L. El estilo y la evolución de la cultura. Ed. Punto Omega. Madrid, 1969.

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