Grecia ya no rompe los platos

El club Vietnam —película Ola Einai Dromos—

Será porque se acabó la vajilla, será porque se dispararon los precios, pero en Grecia ya no se rompen platos; la estampa de una estrepitosa masa de porcelana estampada en el suelo, ahora, un caro recuerdo —doblemente caro—.

Hace unos diez años dejaron de romperse platos. Al parecer, los clientes salían heridos de los clubs nocturnos. Así lo confirma Dimitris, entre vaso y vaso de tsikoudia —orujo—, mientras la banda afina sus instrumentos.

—Ahora, se tiran flores. Los clientes piden platos de flores y lanzan estas. Cada plato de flores puede costar 50 Euros. Eso sin descontar que la entrada a un club puede valer unos 150 Euros…

Al cabo de unos días, le pregunté a una camarera dónde se podían romper platos.

—¿Cómo se llaman los clubs donde se rompen platos?

—Ya no se rompen platos. Ya no existen estos lugares.

El rembetiko prende y el buzuki resuena melancólicamente sobre una canción de bebida, mujeres y cárceles. Los ojos implacables de Dimitris se fijan sobre el escenario, sin dejar de esbozar la media sonrisa tras su barba recortada; los músicos cantan, modulando la frase al compás de las cuerdas. Un color de blues, un tono flamenco; en la tristeza y el humor del rembetiko resuenan sus ritmos populares y vitales.

Dimitris es camarero, hostalero, empresario y gran aficionado a las motos. Bebe lento, pero fiel a su vaso. Nos dice en voz baja:

—Nos cobrarán 40 Euros.

—¿Cómo lo sabes?

—Aquí todo funciona así.

El problema, dice Dimitris, es que la economía es un caos. No es como la de España. —Sonrío—. En España hay riqueza. En Grecia no queda casi nada. En Grecia, el campo es más rico que la ciudad, y somos muy individualistas: al campo no le interesan los problemas de Atenas, y Atenas no se interesa por el campo; el norte no se interesa por el sur, o las islas, y viceversa. Cada pueblo sólo se interesa por sí mismo y no por el del vecino.

—Ciudades-estado.

—5 millones de habitantes malviven alrededor de Atenas, y somos un país de 11 millones. ¿Qué hay en Atenas? En Atenas no hay nada que hacer, pero todo el mundo va allí. Bueno. El centro y Exarchia valen la pena, pero no hay nada más. Fuera de Grecia, en el mundo, viven 7 millones de griegos. Es un país fuera del país.

Los músicos han terminado y afinan los instrumentos. El local está prácticamente vacío; Un personaje medio loco que nos seguía se acaba de marchar. La camarera trae la cuenta.

Dimitris la examina.

—40 Euros

—¿Cómo sabía ella que costaría 40 euros?

—No lo sabía.

—…

—Ella no lo ha contado porque no sabe los precios de los platos. Aquí se calcula a ojo y se paga lo razonable.

Siendo tres con Marco, un italiano de Turín, la cena nos ha salido a 17 por cabeza.

—¿Pero… cómo saben si funciona o no el negocio?

—No lo saben. Contratan a alguien que les cuadre los números y les diga que todo va bien. Luego, si las cosas van mal, le despiden.

La música arranca de nuevo con resonancias otomanas. Marco quiere tocar la guitarra, pero aún no se atreve a entrar entre los instrumentos y las voces lastimosas de la Grecia interior. La camarera nos trae más tsikoudia.

O ΠΟΝΟΣ ΤΟΥ ΠΡΕΖΑΚΙΑ, 1936, Anestis Delias

Sorprende que no hayamos hablado de la crisis, y parece que la crisis ya no es noticia en Grecia, y probablemente esté dejando de serlo en el resto de países; Dimitris niega que el problema haya sido la economía, o las deudas.

El problema para Dimitris es la cultura.

No tenemos cultura. Uneducated —repite en inglés—. Aquí se trabaja el lunes. El martes ya no hay ganas, y aunque el miércoles se vuelve, el jueves y el viernes todo va con mucha calma. Olvídate de hacer gestiones a final de semana. Ves mejor el lunes.

El principal problema es el estado —insiste Dimitris—. Cuando has solucionado tus problemas con el estado, te preocupas por ti y tu familia, y luego por tus amigos y vecinos. Pero el estado es el primer enemigo, tu primera preocupación. Incluso, durante los otomanos, cuando percibían el peligro de que la población se rebelara por hambre eximían del pago de impuestos. Los otomanos, a pensar de la represión, nos trataban mejor que los propios griegos.

—Dimitris. Algo bueno saldrá de todo esto.

Da otro sorbo al vaso. Mira con la misma sonrisa.

—Flores… Platos de flores por 50 Euros —murmura sarcástico—.

El rembetiko termina.

—Ya verás. Vais a tener que inventar nuevas formas de hacer las cosas, porque vais delante de todos nosotros.

—¡Yiamas!

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© Ferran Escrig, 2013.

(Este esbozo fue originariamente publicado en septiembre de 2013)

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